Dec 30, 2009

xx / xy


Entre las reflexiones que tienen lugar en mi cabeza, está la de considerar que haber nacido hombre en esta sociedad machista no me hubiera parecido nada mal, al contrario, lo encuentro, hasta cierto punto, deseable. Definitivamente es un papel lleno de ventajas, aún el día de hoy. De hecho, mi carácter no está salvo de rasgos que considero masculinos, heredados/adoptados de mi padre, y producto de añejos procesos reflexivos donde el resultado ha quedado acobijado entre valores más comúnmente propios del sexo fuerte (por llamarlo de cualquier forma). Estas pinceladas de tono (en una mujer) atípicamente masculino (me) saben a pequeñas rebeliones contra el estereotipo femenino, al que estoy patéticamente atada y del que inevitablemente formo parte. Sin embargo, encuentro más parsimonioso que mi parte femenina se adaptara a un ser varón, que la actual complicación de vivir el conflicto permanente de adaptar mi parte masculina a la mujer que soy. Pero nací mujer y con ello vino todo el kit hormonal, me gustan los hombres y es así, eso no lo puedo cambiar. Y eso tampoco cambia mi opinión al respecto. Motivos, tengo muchos.

Para empezar, aún desenvolviéndome con mi carácter auténtico (fuerte y extrovertido, propositivo y generalístico -de general de ejército-), si fuera hombre, con suerte cosecharía de los demás respeto y no, como frecuentemente me ocurre, miedo. También, conservaría amistades sólidas y añejas, que no se derrumbarían cuando las partes contraigan matrimonio o se reproduzcan, pues observo que los hombres suelen ser más constantes y leales como amigos que las mujeres, y más frecuentemente respetan la naturaleza del vínculo que dio origen a la amistad. Los amigos varones se aceptan tal como son, difícilmente tratan de moldearse caprichosamente a la idea que el otro tiene de cada uno. No así las mujeres, que compiten, reclaman y exigen (y en los peores casos, critican y chismean), o abandonan con ligereza aquellas amistades con las que no comparten el tema del momento. Además, me gustan las cantinas, la juerga, la música, salir con desparpajo a la banqueta abrazada de un buen amigo y gritar cualquier cosa al aire a las 3 de la mañana, pero si fuera hombre no quedaría como una ridícula borracha errante, sino como un bohemio conflictuado que sólo pone a flor de piel sus sentimientos con alcohol y El Andariego.

Hablando de la tan discutida cortesía que los hombres otorgaban antaño a las mujeres, hoy en día experimento un continuo debate interior respecto a ser cortés y amable con otras personas, pero estar a merced de ser juzgada como tonta, fácil, desesperada u ofrecida, mínimo (invitar un café a un hombre, por ejemplo). Como hombre, podría ser tan cortés como quisiera, sin temer a esas estúpidas etiquetas. Mi posición frente a otros quedaría intacta, a pesar de ser el que propone. Me libraría de este incómodo conflicto entre aceptar la cortesía de los hombres y en turno no parecer mal educada por descortés. Aún amable, sonriente y gentil, no se me tacharía de boba o ilusa, sino de caballero y seguro. Me causaría especial placer tratar a todos por igual, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, agraciados y desgraciados, quién fuera, sería cortés indistintamente. En un sentido mínimo, practicaría la justicia en mi cotidianeidad. Por otro lado, podría irme a los golpes con quién lo mereciera, en vez de quedarme con el coraje de la vida cuando alguien me tocara el trasero en el Metro. Para empezar, nadie andaría tocándome nada en el Metro o en ningún lado (espero, porque si no, en efecto me iría a los golpes).

Me nutriría intensamente de las múltiples áreas del conocimiento sin causar una contradicción en mi papel social. Una mujer que disfruta cultivarse, fácilmente puede ser tachada de "nerd" o intelectualoide, hasta subversiva, y la sociedad, compadeciéndola, siempre subrayará -aún tácitamente- que ha abandonado el rol reproductivo y lo ha mal suplantado con el rol que le compete al varón, el del conocimiento y la ciencia, el atuendo cerebral (ah, el estereotipo de la mujer sabia: fria e insensible). Leería a los grandes hombres de la Historia y podría reflejarme en ellos, comprenderlos y saber por qué y cómo dijeron e hicieron sus hazañas. Un hombre puede verse a sí mismo en todos los hombres que existieron antes y existirán después que él. No los percibiría como distantes pensadores enigmáticos, sino como mis "cuatachos del pasado". Cualquier día, podría gritar "¡no me molesten, carajo!" y acto seguido azotar la puerta de mi estudio, reflexionar sobre las cuestiones fundamentales de la existencia humana hasta altas horas de la madrugada, y no parecer hermitaña depresiva suicida, sino genio loco irresistible. Aunque pensándolo bien, puedo azotar la puerta y gritar lo que me venga en gana cuando quiera, pues vivo sola y mi gata no es susceptible a desplantes de esta naturaleza. Dejemos ese ejemplo para aquellas mujeres que no pueden hacerlo por temor al cortante juicio de su marido y sus niños de kinder.

En el trabajo me vendría de maravilla. Andar con mi machete en el campo, sin temor a que nadie me hiciera nada. Saludar con un fuerte abrazo a los campesinos y sentarme con ellos a escuchar sus historias, tomando harta cerveza o alguno de esos licores silvestres (que, espero, mi estómago de hombre recibiría mejor que el actual). En los retenes militares me iría al tú por tú con los wachos y apuesto a que no me preguntarían "¿por qué tan solito, señorito?", pues se correrían el justificado riesgo de recibir un "ah, caray, ¡qué puñal me saliste ca'on!" como merecida respuesta (creo que aquí también tendría que considerar seriamente irme a los golpes). Igualmente para orinar durante las largas jornadas del campo simplemente tendría que darme media vuelta y bajarme el cierre. En las asambleas con los ejidos no sospecharía que los hombres en vez de escucharme me están mirando la camisa. Quizá podría impulsar un mayor número de proyectos en colaboración con los ejidos, y mi palabra de hombre sería cosa seria y segura, como es ahora también, pero nunca he escuchado que alguien se avale diciendo "me dio su palabra de mujer".

Me enamoraría fácil y seguido (que no perdidamente) de las mujeres al conocer de cerca los recovecos de sus personalidades. Hasta en los más oscuros y conflictivos caracteres, he encontrado rasgos adorables y maravillosos que, creo, deben resultar irresistibles para un hombre. Y sin vacilación ni circunvolución (alias "darle vueltas al asunto"), diría, salgamos, me gustas, bésame, quiero quedarme contigo esta noche. No creo que recibiera tantas negativas, y si las hubiera, no me importaría. El hombre que bien sabe que es un chingón, no necesita que nadie se lo confirme (dije chingón y no fue accidental). Al fin y al cabo las mujeres somos esclavas de la morfología. Siempre seremos receptoras, nos guste o no. Y así, tal cual, cuando la ocasión lo amerite, diría, espero que no te moleste si no nos vemos más, discúlpame, te deseo lo mejor, y daría media vuelta para seguir mi camino, en lugar de sentarme a llorar y obsesionarme años con un recuerdo descolorido. Si me mandan a volar, podría crecerme al castigo y no parecería dura, insensible, golfa o falsa. ¡Bienvenida la que sigue! Sobra decir que a la primera mona que se me metiera entre ceja y ceja por más de un par de años le propondría se mudara a mi jacal y punto, y no tendría que estarme esperando a que ese hombre que amé tanto tiempo se pusiera las pilas y me dijera de una vez por todas que iniciáramos un proyecto común. Hay qué ver cómo desperdician los caballeros todo el poder que tienen... o sería que él no me quería como yo a él.

También me tomaría el tiempo para hacer las cosas bien, nada de prisa y tonterías de 5 minutos (señores, ¿cómo es posible?). Me aferraría fuertemente al cabello de mi mujer, por la nuca, la miraría a los ojos y me hundiría en el perfume suave de su cuello, besaría sus labios y su oreja, sus hombros, bue-, no hace falta recorrerla toda en este texto simplón. Pero eso sí, con suavidad y cuidado estudiaría la forma y gravedad de sus senos y anatomías relacionadas, que hay que admirarlos, ya que gozaría del beneficio de no tener que cargarlos (ni la posterior modificación de su ubicación espacial). Cocinaría con lentitud el momento en que con la rodilla separara sus piernas y dejara caer con cuidado todo mi peso sobre ella (espero no fuera gordo), rozarían cálidos en mi cadera sus muslos, su abdomen, y me sentiría suavemente penetrarla, entrar en ella con mi carne, mirarla estremecer, y humedecerme de su piel, de su recoveco escondido y oscuro (y de agradable temperatura, según me han dicho). Estudiaría a cada mujer con cuidado, su ritmo y roce preferidos. Buscaría explorar y transgredir, experimentar y evolucionar, sin límites. Tendría mucha, mucha paciencia, y seguramente mucho, mucho sexo. Y cuando me pidiera tregua, le daría guerra (espero no me fallara la maquinaria). Con una, con otra, y con otra más, y con todas las que pudiera, porque cada una sería la primera, y la última, y la única. Cada una sería maravillosa y común, mujer irrepetible y todas las mujeres en una. Me pronunciaría por perder la cabeza por mi mujer (en turno) tanto como fuera posible. Seguramente al terminar de escribir esto, gustosamente me masturbaría aquí mismo. Pero quizá he revelado demasiado en este aspecto, y eso no sería propio de un caballero.

Y si tuviera la suerte de encontrarme una mujer completa, libre, independiente y segura (como quiero creer que soy), gozaría de acompañarla y dejarla volar. De escuchar su opinión y disfrutar dar la mía, discutir y disertar, intercambiar y aprender, analizar sin convencer ni ser convencido, simplemente interactuar con ese curioso ser que mira desde otra perspectiva completamente diferente. Me divertiría mucho, pues queda claro que soy simpatiquísima. Le ofrecería cuidado y cariño (con la correspondiente dosis de testosterona), que, si en efecto es libre, aceptaría gustosa, no así los hombres, pues no lo necesitan (o al menos de eso los han convencido que presuman). Intentaría comprender cómo es la breve existencia de una mujer con esa revolución de sentimientos estorbando a cada decisión por tomar en la vida. Y, claro, satisfacer toda esta curiosidad no me haría quedar como un bruto ignorante subyugado, sino como un observador, estudioso y analista de los conflictos de género actuales y la identidad de la mujer del s. XXI.

Me iría solo a la montaña, a caminar, a orinar de pie y defecar en cualquier sitio sin temor a ser atrapado en el acto. A gritar a los acantilados y comer cualquier cosa, a no bañarme en días y dejarme la barba crecer desordenadamente, buscándome a mí mismo en una travesía personal, inconfundible con embaucarse en una aventura descabellada y posiblemente mortal, no propia de una criatura del sexo débil (por llamarlo de cualquier forma). Obviamente me desharía del "tú no puedes hacer eso, es peligroso, te pueden violar, te pueden robar, no debes ir sola, te acompaño", o simplemente de los gestos mudos de desaprobación y las cejas que se alzan. Llevaría el cabello muy corto (nadie me increparía con un "no te queda"), podría ir a nadar o hacer el amor cualquier día del mes, no viviría a merced de las hormonas sino de las ideas, conservaría mi condición y figura a pesar de la descendencia, y no tendría que elegir entre ser madre o profesional. Haría muchos chistes salameros y pesados, y parecería entonces simpático y seguro, pero nunca histérico (sensu Freud), o perdido (coloquialmente, en conjunto, "llevado"). Lo mejor de todo, alguien más se haría cargo de las labores de maternidad, crianza, limpieza y orden, y no parecería yo un perro desalmado por no hacerlo en persona.

Y siempre me quedaría el recurso de, aún soltero, viudo o viejo decrépito, encerrarme largos días en mi estudio a pensar, leer, escribir, y hacerlo todo sin ser compadecido por estar solo e intentar llenar una vida vacía con actividades que seguramente no comprendo, pues están reservadas para los pensadores (en mi caso, ser confundida con una radical abuelita anacoreta que locamente practica con gusto el hermetismo). Y quiero decir, escribo todo esto, porque pienso que todavía no sé muy bien cómo ser mujer, y creo que ya no hay forma de aprenderlo (ni estoy segura de desearlo). Irreversiblemente, me encuentro en este estado intermedio donde mi parte masculina eclipsa a la femenina y muchas veces no se pueden poner de acuerdo. Así que me iré conciliando con la idea de seguir siendo censurada, criticada, apartada, observada y juzgada, pero hincha de mi pequeño hombrecito interno que me deja asomarme a ese mundo de libertad e independencia, y de vez en cuando me dice que quizá soy una mujer extra-ordinaria por tenerme a mí y a él en el mismo cerebro.

Ah, y me faltó decir, desde luego jugaría fútbol americano, en la ofensiva.

Dec 29, 2009

transiciones rítmicas

"¿Qué somos, de dónde venimos, a dónde vamos?"
-Paul Gauguin (1897)

No sé si es posible olvidarse de quién fue uno, o mejor dicho recordarse y no reconocerse, mirarse al pasado como un extraño perdido, que habita un rincón de la memoria, marchito, donde se guardan las cosas que no sirven o que se olvidó pa qué servían. No sé si es posible redimir un recuerdo, recoser los hilos de la trama de la vida, repegar la personalidad perdida, retomar el objetivo entero del inicio de los tiempos, y encontrar el método familiar y la justificación, pues eso, justa. No sé si es posible deshacer lo que uno hizo de uno mismo, lo que construyó en un arranque adolescente, lo que pensó sería mejor que ser lo que uno era, hasta antes de decidir que era mejor no serlo. Mirar al ayer, 15 años ha, y reconocer el montaje, traje y cara, etiqueta, referencia, característica particular, determinada. Y en el reconocimiento, reconocer que la actuación fue tan creíble, que fue fácil apropiársela como propia, perdonarla como inocua, aceptarla como buena. So pena de re-conocer lo conocido, mirar aún más atrás y ver al niño, y notar que nada tienen en común las dos personas, que el niño fue uno y el adolescente otro, a fuerza de amputar aquí y allá las membranas salientes que chocaban con el mundo, que no encontraban eco, cercenadas por existir con el candor del que nada aprende como malo.

Ahí están, los dos extraños. Habla con ellos, me aconseja el consejero. ¿Qué les digo a esos fantasmas que soy yo y no soy ya ellos?, ¿qué le digo a dos extremos de algo que ya no existe, que nunca tuvo centro, que resolvió el plan hasta ___ y luego no supo ya más qué seguía? Perdóname por matarte, niña linda. Niña inocente, hermosa y sana. Niña cándida y candente, niña extraña. Niña protectora y sensible como nadie. Niña generosa, callada, introvertida. Niña temerosa, dolida, abandonada. Niña a la sombra de ser niña. Niña que no quiere molestar. Niña ansiosa de ayudar. Niña que quiere ser aceptada. Perdóname por matarte, pero si no lo hacía, morirías. Ibas a morir, insostenible. Venía ya la otra, la amazona. Bestia temeraria, ardiente, valiente, desafiante. A la adrenalina, adicta, a la debilidad, fóbica. Lanza rebelde, arriesgada, insolente. Joven inocente debajo del coraje. Joven insegura debajo de la danza. Joven vulnerable que soporta la apnea más larga. Insoportable arma que se hunde hasta que sangra, que no vive si no muere al alba. Brutalidad sin estribo, sin bozal, sin jaula. Bestia con alas de cera y poca cautela. Quimera falsa que se equivoca, se acolapsa, se destroza. Llamarada que arde, crepita, silba y explota, lo que puede, hasta que el viento sopla. Y se empeña en olvidarla de sí misma. La corrige, la regaña, la censura, la detiene, la castiga, la encierra. La insulta, la golpea, la reprime, la apaga, la elimina. La espía, la persigue, la acorrala. El viento implacable la hace otra vez buena. Una bondad falsa, pero la que de ella se espera. A tí no te maté, quemante llamarada, fue de nuevo el mundo que juzgó que no prometías nada, más que el abismo, el fracaso, lo barato, lo insensato.

Quedó entonces esto que no encuentra identidad en el pasado. Quedó este ecléctico resultado. Quedó la melancolía por la niña pura, y el sendero de vuelta oscurecido por el tiempo y la costumbre. Quedó el respeto a la tenaz amazona bárbara, con el siempre presente sinsabor de la derrota en la batalla. La razón recortó identidades heredadas de los fantasmas del inicio de los tiempos. El reloj las fue enterrando en recuerdos lejanos y congelados. Analizó casi sin sentir nada. Decidió conservar esto y abandonar aquello. Conservó algo de pasión, pero más deber que otra cosa. Y así intentó vivir por mucho tiempo. Forzó la persona a embonar con el modelo, y se llenó de méritos y excelentes desempeños. Demostró que se puede hacer cualquier cosa, que abandonada la niña y la amazona, podía ser aún de excelencia delegada. Otra vez fue al límite de la fuerza (bruta) y subió a la punta más alta de la montaña en cuestión. Y cuando hubo terminado con toda responsabilidad para con esta mierda de sociedad, a sí misma se miró. ¿Quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy? El destino le regaló más de 300 días para responder, libros para leer, y hasta un espacio para verter lo que fuera menester.

Tras un largo silencio, me pregunté. ¿Qué fue de la niña, qué de la amazona? Qué parte de ellas era real y cuál, falsa. Qué parte fue construida y cuál simplemente fluía. Qué pedazos de la jarra se pueden pegar y embonan, qué esencia se puede recuperar y se siente natural y lógica. ¿No acaso son parte de la misma persona? Y ahí está de pronto la columna sólida. Una débil corazonada, química cristalizada, sospecha de hallazgo, reconocimiento entre la multitud confusa. Algo puedo reconocerme en los fantasmas, algo. Todavía no puedo tocarlas, pero ya estiro la mano. No es tarea de un momento, ni de un día. Es proceso de diálogo y remembranza. De lectura, estudio, selección, recuerdo. No es trivial hazaña. Es encargo del presente, insuperable sin el pasado. Es labor de sensibilidad y fuerza. De rescate, disculpa y puente. De recuperación, incorporación y calma. Son esenciales los tres fantasmas, para rearmar la historia de un alma.

deseos urgentes 2004-2010



Una propuesta, la que sea.
Que tu voz interrumpa violentamente el silencio.
Nostalgia por las noches en que dormía.
Vértigo, miedo, y rendir obediencia.
Respirar bajo tu peso y olor.
No pensar en qué hacer, que me lo digas.
Sentir el desagrado de tus pies fríos.

Responderte.
Reír con ironía pensando en los años en que dudé que existieras.
Melancolía por los días en que no pronuncié una sola palabra.
Cuestionarme seriamente si no era mejor estar sola.
Sentir el mínimo arrepentimiento.
Celos, y después asfixia.

Cerrar cualquier puerta en casa. Ocultarme de ti.
Frustración al escucharte cuando no quiero.
Darme cuenta que ya no leo tanto como antes.
Sobresalto al escuchar que la puerta se abre.
Gastar con molestia mis horas en tus tareas.

Dejar de buscar.
Pelear con grito y garra. Reconciliarme.
Sentir el leve peso de la mitad de las decisiones.
Ser seducida por el conformismo.
Dejar de arrastrar mi cuerpo y mente por la vida.

Olvídalo,


seamos amantes. Ya habrá tiempo para ser amigos.



Dec 27, 2009

desterrada


Está bien. No me amas.
Tendré que aceptarlo,
poco a poco... igual que
te fui leyendo y conociendo,
interpretando, queriendo.
Ahora (fácil), maldigo
ese momento
en que quise saberlo todo
de tí, de tu escritura,
tus deseos, tus temores.
Infelices sean los ratos
que a tu espalda
miré por tu ventana,
pensando ilusamente
que un día te diría
que te he leído todo
y soy lo que buscabas.

Está bien. No me amas.
Ahora duele, pero el tiempo
decolora y opaca.
Ya he perdido antes
otras cosas que amaba
más que a tu alma,
tus cabellos, tu sonrisa
seria y tu silencio.
Pero hay una diferencia
entre tú y aquellas cosas.
Para siempre están perdidas,
y a tí, al menos, todavía
puedo (creo) abrazarte,
sonreírte y contemplarte,
esperando escuchar
de tu voz las palabras
que he leído.

Está bien. No me amas.
Me consuelan las canciones
que describen
con terrible exactitud
mis sentimientos y
saber que ya hubo otros
desterrados
de los corazones libres
que amaron.
Es más, hubo tantos
que parezco tan
poco original y simple.
Y eso sí no lo tolero.
Aunque no cualquiera
te ama.

el peso de las letras


Siempre he escrito, desde niña, cuando algo me produce una emoción intensa. Conservo con celo los diarios de la niñez, donde cerca de tercero de primaria empecé a verter pequeños relatos del corazón o la cabeza. Recuerdo haber registrado -con una cosquilla efervescente que, sospeché, debía conservar privada- cuando besé por primera vez, soñando (primer sueño con beso). Al tiempo, leía mucho, la mayoría libros cuyo mensaje principal para el joven lector es "pórtate bien" (mis padres detrás de ello, claro). El mundo de la literatura se esbozaba ya como una realidad paralela. Por algún motivo, una compañerita de la escuela alguna vez me prestó "El Precipicio", una cortísima novela para niños de 12 años, parte de la colección infantil de libros El Barco de Vapor (serie roja). Leí el libro (que para mi edad resultaba un verdadero reto, pues tenía sólo texto) y me encantó. Recuerdo que me pareció una historia muy entretenida, aunque he olvidado la trama. Entonces pedí a mi mamá que me llevara por más libros, y poco a poco la fuimos reuniendo. Recuerdo muchos títulos. Entre otros, "A Vueltas con mi Nombre" me causó carcajadas y aún recuerdo líneas. "Asesinato en el Canadian Express" era policíaca y de suspenso. Y "La Cazadora de Indiana Jones", que relataba la historia de una niña/adolescente que se enamora locamente. Recuerdo que al leer la última página empecé a gritar y saltar sobre la cama. Tendría 12 ó 13 años. Pensaba "¡eso me ocurrirá a mí también!, ¡eso le sucede a todas las niñas cuando crecen!", tan segura, tan convencida de que ocurriría...

Dec 26, 2009

padeciendo existir


Ven a casa. Quédate.
Estaremos completamente solos.
Cuéntame tus ocupaciones y tus preocupaciones.
Te escucharé con atención.
¿Lo necesitabas?
¿Y eso que has pensado?, ¿qué es?
Eso que no dirías a nadie, que crees que a nadie le importa, que crees que no es relevante.
Lo más profundo.
Después, quédate en silencio, si quieres.
Déjame abrazarte largo rato, que no pienses en nada.
Sólo en este momento, este abrazo.
Cierra los ojos.
Olvida a las personas que te buscan, que quieren algo de tí.
Olvida a todos.
¿Escuchas mi latido? Tiene vida.
Late por sí solo.
Mientras late, puedo hacerte compañía.

Dec 23, 2009

volver en mí


¡Qué cosas insignificantes me dominan!
¡Qué pálidos deseos me aprisionan!
Dar la vuelta al Mundo y regresar,
a pensar en tus ojos y en tu ausencia.
¿Qué viaje merezco si estoy ciega?
¡Qué excusa patética aprovecho!
Qué fácil esconderme en esta guerra
de soledad, anhelo y fantasía.

¡Qué farsa!, ¡mi estudio, mis "ideas"!
Mi tiempo en reflexión, qué hipocresía.
¿No acaso he visto mil mentalidades,
y renegado de los tradicionalismos?
¿Mil veces no ha caído en mi conciencia
con peso la distancia y la montaña?
¿Acaso no hay lecciones que he aprendido?
¡Qué niña, qué débil, qué cobarde!

¿Para qué mirar el horizonte
pensando en la belleza de tus labios?
¿Entender el segundo en combustión,
y el único fundamental Enigma?
Cosecho los frutos de mi altura,
semilla estéril de posibilidades.
Mientras siga ignorando las Verdades,
seguiré condenada a esta agonía.

Dec 22, 2009

propuesta I


Úsame a sabiendas de que mereces todo lo que te doy, y que agradezco tu gratitud por todo lo que tomas. Úsame, aprovecha, es tu oportunidad. Eso que pensaste nunca poder hacer, lo puedes hacer ahora, conmigo. Yo no tengo límites, puedo hacer cualquier cosa. Lo que me pidas, eso haré. Siempre confiaré en que sabes lo que haces. A cambio, yo te pido lealtad, interés, respuesta. Apasiónate por nosotros, no lo vuelvas ordinario. Regresa siempre, y siempre te dejaré ir. Déjame ir siempre, y siempre regresaré. Nunca seré tuya, pero tendrás todo de mí.


Dec 20, 2009

decidir conmoverse


D
e acuerdo con los fundamentos de la Física, en términos matemáticos, el tiempo es igualmente accesible hacia el pasado, que hacia el futuro. Lo que impide que accedamos al futuro es el cerebro humano, la conciencia. El cerebro únicamente tiene mecanismos de almacenamiento de los acontecimientos que ya ocurrieron. Pero no puede aplicar fisiológicamente las ecuaciones matemáticas que le permitan acceder al futuro. Entonces, esa sensación de novedad, no es más que el efecto fisiológico del primer encuentro del cerebro con determinada información. Toda, absolutamente toda novedad pierde el brillo de ser tal.

Las personas que pierden la memoria de corto plazo experimentan continuamente la sensación de novedad, para siempre. La capacidad del cerebro de almacenar la información nos permite experimentar la novedad y experimentar después la costumbre. Pienso en lo anterior profundamente. Hablando de una persona normal, de alguna forma, también participa la decisión en este proceso: todo me parece novedoso, o he decidido que nada me sorprenderá (hablando de los extremos). Algunas personas lo hacen automáticamente: la decisión es subconciente. Otras lo hacen concientemente, han decidido encontrar la novedad/frescura/maravilla en las cosas, aunque sean cosas cotidianas. Como alguien, por ejemplo, que sufre un accidente grave y logra recuperarse, para dar valor extraodinario a lo que -previo al accidente- consideraba ordinario. Y no sólo decide asignar dicho valor, sino que puede experimentar emocionalmente la impresión de la novedad, puede sentir el valor. La sensación, entonces, es parte de un proceso de decisión, ya sea conciente o inconsciente.

Hablando de aquello que nos conmueve, pienso que ocurre un proceso similar. Así como podemos experimentar sorpresa o admiración ante algo nuevo, podemos también sentir que un evento, frase, gesto, suceso, escena, experiencia, etcétera, puede provocarnos un repentino sentimiento de empatía, vulnerabilidad, disposición, apertura. A medida que he incorporado este tipo de análisis en mis propias emociones, son cada vez menos los estímulos que me parecen novedosos -aunque sea la primera vez que me encuentre con ellos- o que me conmuevan. Creo que tanto mi formación científica como otras experiencias que han consumido mi capacidad de -valga la expresión- alegrarme, tienen mucho qué ver en esta ausencia de conmoción y asombro.

Sin embargo, aún hay situaciones que me conmueven (hablando únicamente del grupo de situaciones a las que me enfrento en mi vida cotidiana, sin considerar aquellas que no experimento, por ejemplo, la guerra, los niños, el mar, entre otros). No logro identificar plenamente qué es lo que determina que algunas resulten en ello y otras no. Me parece que la sensación de conmoción viene de una conexión neuronal tan remota, que no tiene sentido intentar seguir el hilo de conexiones neuronales en reversa, hasta llegar a la razón. Diré entonces qué me conmueve:

  • Ver a cualquier animal sufrir.
  • El verde de las hojas de los árboles.
  • Los cachorros de cualquier especie, sin incluir a los humanos.
  • El atardecer.
  • El cielo estrellado del campo, en absoluta oscuridad.
  • Un paisaje natural sin evidencia de actividad humana.
  • Alguien que, sin haber sido especialmente capacitado, realiza de manera formidable determinada tarea.
  • Una plántula que emerge al germinar una semilla.
  • La mirada silenciosa de Cas.
  • El canto de las cigarras.
  • El llanto de mi madre.

Dec 19, 2009

facultad anquilosada

Vivo sin brillo y sin sustancia.
Los acontecimientos que me ocupan son frios y distantes, puedo pensar en ellos, resolver, planear, pensar, actuar.
Ejecuto mis tareas.
Puedo apasionarme de los proyectos, quizás sentir una alegría remota.
Son importantes, ¿no es así?
Pero la vida pasa lentamente, sin sobresaltos.
Todo, bajo esta extraña película gris de somnolencia.
Intento hidratarme de los encuentros con familia, amigos.
Son personas, me hablan.
Se interesan, dinos, cuéntanos, platícanos.
Respondo. Escucho mi voz. ¿Qué demonios estoy diciendo?
Increíble, puedo hablar de cualquier cosa, casi.

Tomo un libro.
Descanso.
La voz en mi cabeza deja de hablar sandeces.
La narración llena el silencio. Trato de seguir la historia.
¡Ah, qué interesante!, ¿de verdad?, impresionante.
No me admiro, pero finjo que sí. Es por mi bien.
Es bueno mantener la capacidad de asombro, ¿no es así?
Todos dicen que sí.
Navego en la red. Impresionante, qué mundo ese de ahí afuera.
Increíble lo que hoy vivimos. Miro mil cosas que jamás pensé mirar.

Duermo. Sueño.
Se interrumpe violentamente la automatía.
Siento.
Amo.
Olvido la vida. Es que amo.
Despierto.
Al menos todavía puedo sentirlo, pienso.
Ahora en verdad me sorprendo.
No se me ha olvidado.

¿Pero, esto... qué significa?, ¿por qué..?
Mejor ni preguntármelo. No hay respuesta que valga.
Avanza el día.

Dec 17, 2009

ignorancia y perfección vs. sabiduría y deficiencia I


Desire is the source of our most noble aspirations and our deepest sorrows. The pleasure and the pain go together; indeed, they emanate from the same region in our hearts. We cannot live without the yearning, and yet the yearning sets us up for disappointment--sometimes deep and devastating disappointment.

-John Eldredge.

Desde siempre, otro deseo más que me mantiene presa es el de la perfección. Encontrarla en las personas, en los hechos, en los lugares, en el pasado, en el futuro. A menudo, imagino una compañía que puede leerme con exactitud hasta el más profundo nivel sin que yo revele mayor detalle (ah, delicioso amor platónico). Un hombre, un amigo, un desconocido, quién sea. Y me ha ocurrido muchas veces: creo ver cómo un acontecimiento se conforma perfectamente, proveyendo todas las satisfacciones deseadas, falto de carencias o inexactitudes. He buscado en largas horas tras el volante, como si existiera, ese lugar perfecto que tiene todo, donde puedo materializar ese sueño que no tiene lugar dónde nacer.

Y peor aún, muchos eventos: con personas, hechos, lugares, he creído que eran perfectos al inicio de mi convivencia con ellos. He sentido la alegría plena que provoca un encuentro perfecto, el silencio feliz del corazón henchido, la saciedad que da la sensación de buena suerte. Me he comprometido acorde a ello. Más tarde, no exenta de repentinos y duros golpes, y en ocasiones tras períodos de tiempo extremadamente largos (años), he tenido que abandonar la devoción que profería a la etiqueta de perfección asignada. He contrapuesto la realidad al ideal y argumentado por ambas partes. He escrito mentalmente las listas de pros y contras, de gozo y dolor, de sabor y sinsabor. Y he tenido que aceptar el resultado. La satisfacción que surgió tras la búsqueda satisfecha, se torna entonces vacío.

Generalmente, lo anterior antecede un período de decepción considerable, en tiempo e intensidad. Una sensación de abandono, de falta de interés y por ende falta de cuidado. En el peor caso: venganza y odio. Prevalece en mí un dejo de conflicto interior: el abandono forzado por la decepción me causa dolor, independiente del exterior. Pero después de un proceso de negación/aceptación, emerge un nuevo sentimiento que abraza y asume la imperfección. Me rindo. Se revela el absurdo. Paralelamente, el brillo de lo deseado se opaca, con tristeza. En la aceptación viene la pérdida del sueño original. Eso que creí que era, no es así. Análisis de la expectativa, de la evidencia, de la incongruencia.

Finalmente, los acontecimientos y yo nos fundimos en la vulgaridad cotidiana. Los ideales se quedan en un mundo imaginario, separado. Lo asumo: desde mi reducida perspectiva, la realidad está llena de fallas y decepciones. Ese concepto tan trillado de "no esperar nada de nadie ni de nada" es como un grillete al cuello que tengo que usar, por mi bien (en teoría). Me vuelvo común y corriente, un ente humano más, imperfecto también, muy a mi pesar. Hay que crecer. Me sacrifico.

Pero de vez en cuando jalo el grillete con tanta fuerza que se rompe, sin que me importe que en el futuro cercano o lejano pueda caer estrepitosamente (cada vez con menos frecuencia, pero aún y quizá con mayor intensidad, caigo) y -con suerte- levantarme con las rodillas desolladas. Sin lograr determinar qué es lo que me hace no aprender, no abandonar, no rendirme, voy de nuevo en busca de eso. Y sin controlarlo tampoco, de pronto, veo de nuevo la perfección. De nuevo parece real.

Entonces ahora, durante esta breve reflexión, me pregunto: ¿no es mi deseo de perfección, ignorancia?, ¿no es sabio acaso el asumir la deficiencia? ¿No es al fin y al cabo dicha "deficiencia" una creación mía? De la reflexión surge un nuevo pensamiento: las dos plataformas de partida son distintas en naturaleza e incompatibles, la imaginada y la real. No son comparables ni acoplables. Debo comprometerme con alguna. ¿Es posible comprometerse de forma distinta de acuerdo a cada situación? Y un poco más atrás: ¿cómo diablos aprendí a funcionar así?, ¿por qué nunca cambié?

Dec 11, 2009

por qué escriben los hombres II


Entiendo que un hombre ya entrado en años, más viejo que joven, escriba. Entiendo que vierta en la hoja lo que ha pensado, visto y/o sentido. Puede apreciar el valor de lo que ha vivido, puede mirar atrás desde el otro lado de la colina. Puede hablar por una época, por una mentalidad, por un modelo. Pero un hombre joven, ¿qué puede decir? Un adolescente, un hombre en sus veintes, quizá hasta en sus treintas, ¿qué puede ofrecer al lector que no resulte soso, neófito, naive, o trillado? Puede escribir ficción, ayudándose de la fantasía para decir algo que cree que es, o siente como real. Puede escribir relatos realistas, pero sólo a partir de la imaginación, no personalmente experimentados. Puede relatar lo que otros (hombres o mujeres mayores que él) le cuentan, o que atestigua, como un portavoz. Pero desde la experiencia propia, creo, es más probable que tenga poco que ofrecer (con la excepción de contados casos donde la niñez es rica en experiencia y la madurez llega pronto y con suficiente sustancia para ver la propia niñez con distancia y relatar el fruto de la experiencia).

Aquí, considero, la carta del estilo interviene con gran fuerza. Lo expresaré así:

+ experiencia - estilo = lectura ordinaria
- experiencia + estilo = lectura entretenida
- experiencia - estilo = ficción barata
+ experiencia + estilo = lectura trascendental

Entonces, al escritor joven le queda un recurso: el estilo. Si es talentoso, puede desarrollar un estilo que oculte o distraiga la atención del lector de lo sinsaboro del relato, de los acontecimientos que se leen. Un buen estilo puede embrujar al lector, aún cuando el contenido no deje una profunda marca en éste.

En el otro extremo, no todo hombre con numerosas y variadas experiencias puede ser un gran escritor. Hace falta que logre comunicarlas de la forma correcta, para que la variedad y abundancia se vuelvan valorables, relevantes, que aporten algo al que lee sobre ellas.

Concluyo pensando en que estos dos atributos, experiencia y estilo, requieren de un tercero para que ocurra la alquimia propia del escrito trascendental: ¿no es acaso la sensibilidad hacia el mundo interior o exterior entonces la pieza fundamental para escribir? Ya sea para relatar algo fantasioso, no real, o para disertar acerca de lo vivido; si el escritor no tiene sensibilidad para identificar ese mensaje que reluce entre el resto de las ideas en su cabeza, se convertirá en un mero relator. No habrá huella en el lector al menos que el escritor identifique plenamente qué ha dejado huella en sí mismo, y lo sepa transmitir. Lo que buscan los lectores es harina de otro costal, que discutiré en otra ocasión.

La experiencia se puede adquirir. El estilo se puede desarrollar y perfeccionar. Pero la sensibilidad, ¿es un atributo con el que se nace, o que se hace?

Dec 9, 2009

dos filos

Es curioso el desenlace de algunos acontecimientos. Un encuentro deseado (pero no esperado), que se mantiene en secreto, puede resultar grato y hasta emocionante, provocar curiosidad infinita, producir sensaciones de poder y ventaja. El descubrimiento -a su tiempo- puede perder el brillo novedoso y convertirse en un posesión cómoda, algo asegurado, frecuentado, algo confiable.

Pasa un poco de tiempo, y de pronto...

Ocurre un nuevo descubrimiento que cambia por completo la percepción inicial del anterior. La curiosidad pasa la factura, lo grato se vuelve desagradable, el deseo se vuelve repudio, el poder y ventaja se transforman en sensaciones de debilidad y vulnerabilidad. Ahora la novedad es que se desea totalmente lo contrario, no haber descubierto nada, no haber poseído nada, no haber asegurado nada. "Beware of what you wish for".

Las situaciones se hilvanan entre sí y revelan lo que hay atrás de los encuentros. Primero, la inocencia de la posibilidad incognocible, después, la cotidianeidad del placer, finalmente, la expectativa de que lo grato permanezca inalienado. De la mano van el deseo de posesión y el temor a la pérdida. Y ante un resultado no deseado, llega inminentemente la decepción, y -naturalmente- el dolor.

Pero, si en un inicio se decide libremente entrar, ¿con qué derecho se reclama el deseo de salir, producto del efecto del encuentro? No queda más que retirarse silenciosamente y pensarlo dos veces antes de buscar otra revelación, de poseer y crear expectativas. ¿Será posible?

Dec 7, 2009

con amor y celos


Me duele ver que buscas algo nuevo.
Con fuerza ansías, dices, me confiesas,
encontrarte en mujeres una de ésas
que en arrebato sucumba a tu deseo.

Me duele ser la amiga, confidente,
obligada nobleza de escudero,
a darte sin dudar el visto bueno
de consumirte en ráfaga quemante.

Considero de pronto interrumpirte.
¡Aquí estoy!, ¿no ves cuánto te quiero?,
¿no ves que me destroza el escucharte?

¡No puedo seguir siendo tu escudero!
Quiero ser de la que hablas cuando dices
Loco estoy, sueño que la poseo. Pero

mientras cuentas tranquilo de una de ellas,
en silencio reflexiono en mi cabeza.
Yo no puedo convertirme en esa pieza
que te lance de la tierra a las estrellas.

Prefiero esta tortura del testigo,
mirando atónito el asesinato,
de amores que no duran más que un rato
y que vuelves para compartir conmigo.

Queda sólo el consuelo del secreto
de saber qué hay detrás de tu agonía,
aún mates mi cariño con el eco

de anéctodas de noche por el día.
A escucharte pues, sin mayor anhelo,
ansiosa espero, con amor y celos.

Dec 5, 2009

ahora sí, puedes


En esta ocasión no era ni uno ni otro. Se parecía al vendedor de la tienda de la India y, por alguna razón que ignoro, mi cerebro lo relacionaba también con el chico de buen corazón y nobleza que, a mis atrabancados 18 ó 19 años, mandé a volar por su mejor amigo (quién después de darme un poco de alas se encargó de hacer lo mismo conmigo). De alguna forma, también percibí que era yo misma, en él. Me parecía atractivo, me interesaba.

Nos hablábamos parados en un pasillo que se parecía a cualquier pasillo de las escuelas de mi infancia. Nos separaban algunos metros y hablábamos fuerte. No había nadie más cerca. No recuerdo qué tratábamos de acordar, parecía que llegábamos a algún tipo de entendido. Sus ojos grises me miraron tristemente, y con un ademán de asignación distraída, me dijo "ahora sí, puedes hacer de mí lo que quieras". Era una forma curiosa de decirlo, dándome autoridad para disponer de sus sentimientos, sin aclarar si en él estaban correspondidos los míos, bajando la defensiva. Lo decía refiriéndose a que, de alguna forma, accedía a estar conmigo, a que estuviéramos juntos, pero lo declaraba con un tono de derrota, con un tinte de abandonar otros proyectos que se habían desmoronado y entonces rendirse ante mi voluntad. Y a mí, al escuchar estas palabras, me invadía una sensación de alivio e inmediato relajamiento, como si hubiera sentido todos estos años que ese hombre, el hombre, se resiste a estar conmigo, porque está en otras cosas, porque hay otras cosas más importantes y que lo mantienen ocupado, y porque no puede detener su vida para hacer una vida nueva conmigo. Porque únicamente estaría conmigo si perdiera la esperanza de lograr su sueño.

Nov 29, 2009

por qué escriben los hombres I


Pienso en el hombre que escribe (o acaso el que pinta, esculpe, compone música). Debe, supongo, sostener un diálogo con él mismo que quizá el que no escribe no sostiene. Escribir es un ejercicio que compromete múltiples actividades, difícilmente el que escribe lo hace automáticamente o sin reflexionar en lo que piensa, y de ello, qué escribirá.

Pienso en los hombres que escriben que conozco. Creo que puedo identificar una diferencia entre éstos y los que no lo hacen, o al menos que no sé que lo hagan. Los primeros son más silenciosos, reflexivos, inteligentes (¿quizá?), y los segundos son más espontáneos, realistas, extrovertidos. El grupo es reducido, y no puedo extender mi percepción hacia los hombres que leo. No sé cómo son en persona, sólo puedo leer lo que escriben. Así que esto no es representativo de nada, es simplemente una percepción.

Del grupo de hombres que escriben, puedo distinguir también varios subgrupos de acuerdo con lo que creo que les motiva a escribir. Algunos escriben para desahogar sentimientos, otros para informar a la sociedad, y otros por perfeccionar la técnica del uso de las palabras. Supongo que el diálogo interior no se lleva a cabo de la misma forma en cada grupo. Todo dependerá de para qué o para quién se escribe.

Pero me es inevitable pensar en el preciso momento en que un hombre se sienta ante su cuaderno o computadora y decide comenzar a escribir. Más aun si nunca lo ha hecho antes. ¿Qué escribe? ¿Por qué decide escribir una cosa y no otra? ¿Por qué decide relatar de cierta forma lo que quiere decir? ¿Quién es antes de escribir y quién después? ¿Es un hombre diferente después de escribir? ¿Por qué? Aun cuando reciba un sueldo a cambio de escribir, aun cuando lo haga con prisa, aun cuando tenga listo lo que quiere decir, aun cuando el ejercicio no involucre una revolución de sentimientos y pensamientos, me intriga por qué escribe lo que escribe y por qué lo escribe de esa forma.

Nov 22, 2009

diferencia


No me importa no haberte visto estos últimos 6 años. Aunque no has estado aquí, por mencionar algunas cosas, me he acostado contigo todo lo que he querido y me has abrazado antes de dormirnos todas y cada una de las noches transcurridas. Me has tallado la espalda en la ducha y me has desabrochado la blusa cuando estoy trabajando en la computadora. Te he cocinado cosas deliciosas en casa y te he preparado café en las mañanas. Me has dicho que qué bien canto y que te cuente del libro que estoy leyendo. Hemos viajado juntos a decenas de lugares y hemos sostenido grandes charlas durante eternos recorridos de carretera. Y digo que no me importa porque -hablando de neurotransmisores- el cerebro no distingue entre los estímulos reales y los imaginados.

Nov 21, 2009

voyeur

Pensé en decirle: "Encontré tu blog. Es maravilloso. Lo leo siempre. Lo releo. No me lo imaginé. Estoy peor de como estaba. Ahora sí, estoy perdida por ti."

Pero no, prefiero seguir sin decírselo.

a veces

me vendría bien no tomarme tan en serio.

Cientos de argollas de matrimonio por todos lados.

Viéndolo friamente, podría llegar en cualquier momento. Podría terminar este estado de espera y de pronto convertirse en estado de no espera, en cualquier segundo. Ahora mismo, por ejemplo. Podríamos cruzar miradas y su voz podría escucharse una milésima de segundo después. Podría decir cualquier cosa. Terminaría esta situación súbitamente, repentinamente, violentamente. La espera podría terminar en cualquier instante, cualquier instante puede ser el último, casi es como si no existiera la espera. Como la ola sobre el arena. El agua de la ola que llega a la playa y nunca está sobre el arena porque a cada instante deja de estarlo. En realidad no lo está en ningún momento, pues en todos los momentos deja de estarlo. No hay más o menos tiempo de espera porque en cualquier momento se puede dejar de esperar. No hay fecha, no hay cita, no hay día de entrega. El tiempo no se acumula, sólo cuenta el instante. Y pasado este instante, el siguiente instante es de nuevo éste. Puede ser sólo una palabra, cualquiera. No se puede predecir el instante de la primera palabra. Y ese instante, que no llega, me parece tan real que me siento

sorprendida del instante
presa del instante
sometida al instante
olvidada del instante
ansiosa del instante
aterrada del instante
decepcionada del instante
indiferente del instante
escéptica del instante

Instante esperado, sin novedad, premeditado, predicho, predescrito, prepensado, preimaginado, presentido, previvido. Vivido mil veces en mi cabeza. Una palabra, cualquier palabra. ¿Viajas en este vuelo?, ¿a qué hora saldremos?, ¿qué escribes? Ya está. Estoy ahí: en el momento diferente. Termina el momento de espera. La vida cambia ciento ochenta grados, y todo lo que es ahora ya no es, y todo lo que no era, es. Y esta identidad cultivada, ¿se irá? ¿Quién seré cuando mi circunstancia ya no sea la que es? ¿Qué haré cuando ya no esté en el instante de la espera, cuando esté en el instante de la no espera? ¿Qué diré? ¿Qué pensaré de este instante de la espera? ¿Lo veré lejano, cercano, apenas hace un instante, ya hace una eternidad?

Cientos de argollas de matrimonio por todos lados.

Nov 9, 2009

cobarde


otro mundo frente a mí, y yo sólo quiero estar lejos, no siento nada. otra realidad, tan compleja, tan diferente, tan dolorosamente real, y yo sólo quiero el calor de las letras, el silencio, la compañía felina. el tiempo pasa lentamente. la selva aquí, desaparecida. plástico por doquier. gente, gente, gente. sigo perdida en el dilema de siempre. nada de esto parece tener sentido sin la pieza restante. quisiera borrar esa parte de mi cerebro. no he podido. he fallado. de intentar, me canso, y sigo fracasando.

no cualquiera I

Conocí a un hombre. Soltero, 35 años, (poquito) más alto que yo, inteligente, educado, buena posición económica, muchos viajes, amable, simpático, caballero. Me expresó su deseo de casarse y tener hijos. (Pero) me pareció citadino, (algo) ególatra, (otra vez, algo) conservador, urbano, y (quizá, perdón) poco sensible. Y pensé, no, no puede ser cualquiera.

revelado


Habían otros, ruido. Tu rostro, de pronto surgiendo entre los cuerpos, melancólico. Sin mayor meditación, lo tomé entre mis manos y te besé lentamente. Al separar tu boca de la mía, me miraste a los ojos impávido, "te esperaste porque quisiste", dijiste.

Oct 28, 2009

paréntesis


Hoy no puedo escribir un poema. Me consume desearte así, sin llegar. Quiero tocarte (reposar tu sien en mi regazo, dar caricia errante a tu cabeza, mientras miras atento una película, concentrado en la trama te olvidas de mí, yo fijo la vista en tu cabello negro, cada segundo se multiplica y se esfuma, me comentas cualquier cosa, yo tal vez te respondiera, tal vez no, pero tú no estarías con nosotros; con tu cabello y yo).
Te saludo -intento- con naturalidad. Me saludas fríamente, breve. No dices nada, me voy. Te dejo trabajar. Me consume desearte así, sin llegar.

Oct 24, 2009

look


Francamente no me interesa lo que piensen los hombres de mí. En su mayoría sucumben ante la imagen comercial de la mujer. Van por la calle de la mano de una y mirarán a otra(s) ponderando las posibilidades de tenerla(s) (también). Me parecen una masa autómata y cobarde que se ha tomado demasiado en serio la sustracción de su antiguo papel: si no es el proveedor, ¿quién es? En su crisis de género, se han beneficiado de ser excusados de toda responsabilidad para con su pareja o la sociedad. Ser caradura hoy no es para extrañar a nadie.

No podría decir qué proyecta mi aspecto, nunca lo he podido decir. No fui una niña particularmente bonita o particularmente fea, ni una adolescente demasiado extraordinaria ni demasiado ordinaria. Mis ojos, nariz, boca, no son de ninguna forma particular. Mis pómulos no son prominentes ni hundidos, mis cejas no son arqueadas ni rectas. Mis dientes no son perfectos ni imperfectos, mis orejas no son grandes ni pequeñas. Mi mirada no es vacía, pero tampoco es expresiva.

El espejo: artefacto de misterio. La realidad reflejada, duplicada. La dimensión eliminada pero presente. La realidad replicada una y mil veces, la eliminación del ahora, el ahora adentro del mismo tiempo, la inexistencia de la existencia. El yo afuera del yo, el yo en el otro. Frente al espejo, uno se torna el observador del observador. El observado es el yo. Con tanto dilema existencial uno no puede juzgar si le ha quedado bien el maquillaje (que raramente uso).

Acostumbro entonces lo necesario, lo cómodo, lo fácil. Ensayar cualquier look me parece absurdo y -algo- ridículo, ¿qué pueden decir unos pantalones de una persona?, ¿un modelo de anteojos, más que sufre de miopía o astigmatismo? Me reúso a pensar que el cabello largo o corto revela algo de un corazón, que tacones o sandalias dicen algo de la seguridad personal, que un color cálido o frío hablan del estado de ánimo. No creo que nada de ésto diga nada. Cuando era adolescente declaraba con seriedad: no podemos juzgarnos entre sí por algo que no elegimos. La apariencia, fenotipo del genotipo, es nuestra carta de presentación al mundo y es algo sobre lo que no tenemos ningún control. El estilo de arreglo personal así o asá es ya demasiada presunción. De lo que se es, no hay nada qué decir.

Oct 23, 2009

¿Café, té?


Tomar café es un enunciado de decisión y temperamento intenso y profundo. El sujeto que toma café no se preocupa si dormirá o no, si se le irritará el estómago, o si se le "alterarán los nervios". El café es una bebida fuerte por definición, para cortar una mañana aburrida o para atizar una conversación tímida y madurarla en intensa. El timorato no pide café, ni el cobarde. Tomar café solo -lo tome con azúcar, con leche o como sea- es un acto de auto-afirmación y seguridad, por el placer de la sensación del que lo toma, y por el íntimo momento que apadrina la taza humeante y el sorbo. Puede mirar por la ventana, al centro de un concurrido lugar lleno de conversaciones, y sin hablar con nadie, acompañarse sólo de pensamientos y café, y un ocasional cigarrillo que combina muy bien (dicen; veo).

Tomar té (del negro hablo) es un enunciado de paciencia y estrategia, premeditación y calma. El que toma té se preocupa por darse un momento de descanso y rendirse ante el aroma de esta infusión tan antigua como el primer tazón. Es una bebida fuerte que no hereda secuelas al que lo toma (excepto en organismos muy sensibles). Bien preparado, puede ser tan fuerte de consistencia como un café, pero siempre será más ligero al gusto. Puede inaugurar una desamparada y joven mañana, haciéndola acogedora, o dar vida a una tarde larga (el té de las 5). El indulgente, el autocomplaciente pide té. Tomar té -con azúcar y leche mejor- es un acto de reflexión, obediencia y costumbre. Aunque se esté solo, puede salvarse con un libro -nunca con un cigarrillo- y, si la historia es buena, el té sabe mejor.

En una mañana clara y fresca, la camarera toma nota con avidez y eficiencia. Hay árboles grandes en la calle y su sombra cobija las aceras. ¿Café, té? Café, le respondo, por favor. ¿Y cómo quiere tomar su café?, ¿con leche y azúcar? Si, por favor, con leche y azúcar. ¿Y quiere un hombre para disfrutar su café? Me parece muy bien, de ser posible. ¿Y cómo quiere su hombre para hoy?, ¿inteligente, sensible, simpático?, ¿prefiere de tipo introvertido y profundo? Me mira fijamente con pluma y libretilla en mano. Pienso un momento. Ella espera paciente. Si, por favor, señorita, un hombre sensible, simpático e inteligente... y profundo también. Muy bien, apunta eficazmente, enseguida. Se marcha con paso ágil por el pasillo. ¡Señorita!, le digo al último momento. ¿Sí?, gira y me mira. Y por favor, ¡que sea un hombre sin complejos!

códigos perdidos

Cuando era pequeña toda mi vida giraba alrededor de los sentimientos. Una niña muy sensible y angustiosa, todo parecía causarme tristeza o preocupación, y sentía la vida como un estar parado en el romper de las olas fuertes, donde debes cuidarte de que no te revuelquen, ni la resaca te lleve hacia el inmenso mar. Siempre vulnerable al dolor. Del universo de sentimientos que vivía, los números no estaban ausentes y tenían un papel definido en mis días.

De frente a mi cuaderno de matemáticas, con la cuadrícula "grande", escribía las cifras que dictaban las maestras o los libros, y en cada símbolo numérico había un sentimiento asociado que sentir. Era un código de números y sentimientos que apenas puedo recordar. Relataré lo que recuerdo:

El 1, egoísta y solo, con bajo poder, mil - algo, sin mucha fuerza. Un palito soso.
El 2, generoso y amistoso, dos amantes, dos amigos, dos. Ausencia de soledad.
El 3, impar e indivisible, la tabla del 3 una tortura, el tres con sus dos gajos y tres palitos arrogantes.
El 4, el número perfecto, el número de la suerte, el número de la familia, el 4 siempre era un sentimiento de seguridad.
El 5, molestando a los demás, un número irritante, pero fácil de multiplicar, extraño.
El 6, cómo me gustaba el 6. Con su pancita. Era fácil de dividir, entre 2 ó entre 3, y fácil de recordar, pero a su lado...
El 7, número insoportable y débil, molesto y enfermizo, un número difícil para todo.
El 8, un número amigable y generoso, gordito, paternal, dos bolitas juntas, fácil. Ocho por ocho (6 y 4, dos números buenos), obvio y sencillo.
El 9, terrible número imperfecto, casi el 10, pero sin serlo por 1 (¡peor!), la tabla más temida, un número que hay que evitar a toda costa.
El 10, número viejo, completo y feliz, fácil de sumar y multiplicar, y con dos dígitos, definitivamente ya estaba por encima de los inmaduros números primos.

Recuerdo que esas personalidades llegaban hasta el 20, pero no recuerdo con detalle las personalidades del 11 al 20. Por algún motivo, los números pares me resultaban agradables y los impares desagradables. Había otras cosas, pero eso es lo poco que recuerdo. Recuerdo también que al escribir cifras, por ejemplo 574, los números cinco, siete y cuatro interactuaban entre sí con sus diferentes personalidades, y mi percepción de cada cifra era tan definida, que podía decir si estaban "felices" al estar juntos, o qué resultado había de su convivencia. Así, en la más ligera cantidad escrita, las combinaciones de números me causaban sensaciones, me contaban historias, me llevaban por una montaña de sentimientos ocultos en el papel. Pero ese código de relaciones lo he olvidado, lo he perdido.

Aug 25, 2009

compañero


Cuando falta el amigo,
cuando falta el amante,
cuando falta la madre,
cuando faltas tú,
está el libro.

Cuando falta la caricia,
cuando falta la sonrisa,
cuando falta la noticia,
cuando falta el Sol,
está el libro.

Cuando falta el consuelo,
cuando falta el sonido,
cuando falta el sueño,
cuando falta Dios,
está el libro.

Aug 14, 2009

romper el molde


Pregunto si de todo lo aprendido
-de todo lo absorbido en esta vida-,
está también adentro lo que amamos,
o es sólo resultado de la huida

de la huida de lo que aprendemos
que, por no sufrir, mejor es alejarnos
contrario a lo que, de garantizarnos
podremos ser felices sin salida

sin salida al terreno incognocible
no absorbido como recomendable
sin salida a volvernos vulnerables
y elegir libremente el preferido

el hombre preferido o el trabajo,
el estilo de vida y la camisa,
o elegir en la vida gris rutina
y cumplir con las cosas a destajo.

Me pregunto, a veces, porque siento
miedo si decido lo distinto
si es que tomo un camino nuevo
o si voy con dirección del viento.

Y de lo aprendido como bueno y sano,
víctima soy, mil veces digo,
que esto no me deja ser amigo
del destino, adivinable en vano.

Tomo la oportunidad: aprendo algo.
Me lanzo firme a lo desconocido,
que antes no me fuera ya aprendido
y no así descarte de antemano.

Hoy puede parecer descabellado
lo que me espere -pienso- en el futuro
y aunque otros piensen que es oscuro
al menos será lo que he deseado.

aborrezco las cosas transformadas


Aborrezco las cosas transformadas
que de hacer dan poder no imaginado
de saltarse pasos intermedios y
de ignorar cómo es que se han originado

que tachan de obsoletos los remedios
y aparecen fáciles y plásticas
que ocultan las explicaciones básicas
de las partes que al juntar las han creado

diré, por ejemplo, un automóvil
máquina terrible de consumo, que
perdonamos con excusa de llevarnos
y que no es más que máquina de humo

y qué tal, por ejemplo, un pastelito
que empacado en un plástico brilloso
resulta de una mezcla misteriosa
de ingredientes que de pan tienen poquito

más me gustan las cosas sin proceso
que salen de la tierra y de mis manos
la fruta de un árbol, de un cerezo
o de la mata un racimo de bananos

me gusta cuando escucho en la mañana
el canto arrullador de golondrinas
no el radio estridente del vecino
ni el motor del camión de la basura

añoro con la página ser una
el susurro del papel en cada copla
y en verdad es que debo de estar loca
de usar este teclado como pluma

Jul 27, 2009

los amantes


Los amantes jóvenes se encuentran en el bullicio de la vida. Su energía es tanta que confunden el amor y el odio, el deseo y la ira, el hoy y el destino. Son como dos flamas agitadas que se funden, consumiendo todo a su alrededor. Dónde acaba uno o dónde empieza el otro no se distingue más. En su mundo de niños-adultos cometen errores que a los viejos les parecen estúpidos. Los amantes jóvenes son odiosos e inseparables, se mimetizan en un gemido, en una risa, en un sobrenombre ridículo, en un gesto de amor trillado. Comparten su breve pasado como anécdotas de un cómic, defienden sus opiniones a capa y espada, y miran el barco de su amor como inundible. Y así juntos comienzan el camino. Pronto abandonan los gestos infantiles y se pierde también ese brillo inocente de los primeros años. Aún jóvenes, se hablan ya como un matrimonio viejo, y se conocen tan bien como los abuelos. Se procuran mutuamente los pequeños gustos de la vida, ¿quieres tu cobija?, ¿te traigo tu café? Conocen sus esquinas angulosas y las esquivan. Mejor no ir por ahí, pelea segura. Queda del pasado febril el recuerdo y ese eco de la pasión fulminante. Hacen el amor con más amor y menos sexo, y conocen cada recoveco de su cuerpo y su cerebro. La conversación se termina pronto. Nada que descubrir si es que son testigos mutuos desde que eran casi niños. A veces no queda ningún espacio de uno donde no haya estado el otro, no hay secretos ni intimidad, todo está ventilado en el cuadrilátero. Y no pueden crecer ya mucho, saben que la verdadera naturaleza de cada uno está registrada en los archivos mentales del otro. Se conocen demasiado bien. ¿Ahora resulta que no fumas?, ¿y qué te picó que te despertaste temprano? Y la prisión se vuelve evidente: no hay forma de renovarse cuando el mundo conoce perfectamente su esencia.

Los amantes viejos se encuentran bien entrada la tarde de la vida. Han vivido duras soledades, rupturas, abandonos. Han aprendido lecciones valiosas, cada uno las suyas. Ese amor loco que te ciega y te consume no es real, no existe. Entran al amor con cautela, se toman su tiempo para conocer al adversario. Y por aparte, cada quién conoce su lado oscuro, y sabe bien como ocultarlo. Se respetan a sí mismos, saben que pueden prescindir de todo y de todos, pueden no tener miedo. Tardan tiempo en cocinarse. Los amantes viejos son críticos y concientes, mantienen una distancia que les da seguridad e independencia. Pero si tienen el valor de salir de su cómoda soledad y amarse, emprenden un nuevo camino. Pueden compartir muchas cosas, la conversación es larga. Pueden hablar claramente y saben por qué opinan lo que opinan. Se guardan los detalles de la historia que no quieren compartir con nadie. Los amantes viejos pueden llegar a amarse, o sólo a acompañarse. Hacen el amor con más sexo y menos amor, y no les sorprende nada, pues han estado en muchos cuerpos, en muchas camas, de muchos ánimos. Pero fácilmente descubren qué es lo que busca el otro en ellos, y pueden manipular libremente lo que muestran de sí mismos. Le gusta que use esto, le gusta que haga lo otro, esto no tiene por qué saberlo, esto le gustará saber. Embonan como dos piezas que no se sorprenden de la embonadura. Les asombra su falta de asombro.

Los amantes libres se encuentran en la misma sintonía. Saben a la perfección cuando se encuentran. Se conocen y se reconocen en lo que soñaron. Se descubren sin juicio y con asombro, y se esfuerzan en amarse y recibirse con alegría. Se encuentran maravillosos y diferentes, y se respetan ante todo. Se dejan ser y se admiran de las elecciones de cada uno. Se aplauden los aciertos y se confortan en los fracasos, actuales o anteriores. No se piden nada. Se comprenden con lo bueno y malo y se aceptan como son. La puerta siempre está abierta y nunca existe la seguridad de que permanezcan juntos, pero esto no los abruma. Los mueve un ideal y un valor humano profundo, más grande que la simple satisfacción personal. Y así emprenden el camino de la forma más natural posible. A veces hacen el amor y a veces tienen sexo, según el ánimo y el tiempo. No usan máscaras ni estrategias, están prohibidas en el juego. Se dicen las cosas pronto y abiertamente. Se dejan caer lentamente en un túnel sin fin que no repite ningún modelo. No siguen estereotipos ni se encasillan mutuamente en ideas prefabricadas. Crean su propia historia contra todo y todos, y un mismo sueño los mantiene unidos. A veces pueden prescindir de papeles, de etiquetas, de símbolos, de presentaciones. Algo más fuerte y más grande les dice que nada hace falta para confirmar que se aman. Se enfrentan a sí mismos y a sus miedos y fantasmas. Si dudan el uno del otro recuerdan que ese es el riesgo de la libertad. Se desean siempre lo mejor, aún si no es juntos. Se re-descubren muchas veces durante su vida. Nunca se aburren el uno del otro. Y poco a poco construyen algo tan fuerte y tan sólido que nadie comprende mejor que ellos, ni siquiera sus hijos. Así mueren sin dejarse de amar, pensando en volverse a encontrar.

Jul 16, 2009

para sentir, imagino


a veces pierdo toda perspectiva
y simplemente te imagino aquí conmigo.
No me ocupo de darte realidad ni pensamiento,
sólo el efecto tuyo en mí.

A oscuras tras mis párpados...
Siento.
Tus manos sobre mi espalda y tu beso
en mi cuello y mi cabello en tus mejillas.
Y tu voz que me dice "ya descansa".
Y mi cerebro que esperaba tus palabras.

Y sigo escribiendo pero...
Siento.
Mis pies sobre la alfombra y la luz
ámbar que te ilumina el rostro.
Tu pecho de cobre, firme,
y tus brazos de oro, de hierro.

(suspiro) Aún otro verso más y...
Siento.
Tu olor en mi cara y tu lengua
en mi lengua y mis labios
en los tuyos,
y reconozco
que imaginarte y escribir a un tiempo
se torna difícil

(se va el papel).
Sólo quedas tú en mi cabeza,
haces lo que hacías.
Es como cuando era.
Me sentía viva.
Cuando eras mío y yo tuya.

Y te siento tan real
que paso la noche en tu compañía
y al amanecer -seguro-,
con esa energía extraña de las mañanas grises,
me tomas de nuevo y me desnudas,
y me siento nueva.

Despierto con un grato sabor en la cabeza.
Te imagino despertando al despertar y...
Siento.
Que amanecemos por milésima mañana,
que ya (hace tiempo) se ha ido el misterio y el enigma,
y que sólo queda el hogar y su
modesta familiaridad arrasadora

(vuelvo al papel).
Entonces me sorprendo, al darme cuenta.
Sin importar todo lo otro,
todavía,
me gustas tanto.

Jul 10, 2009

si no fuera


Habito la prisión de mi perspectiva. Sólo puedo ver el mundo a través de mis ojos, no puedo entender de qué se trata todo esto en realidad. Si pudiera verlo desde los ojos del otro, si pudiera ver el mundo desde otra niñez, desde otro estado de ánimo, desde otra latitud, desde otro lenguaje, ¿entonces cómo sería el mundo para mí?

Y lo que (en orden indistinto) pienso, creo, siento... Lo que considero correcto, lo que no, lo que quisiera tener cerca, lo que no... Todo ello, ¿por qué? ¿Seguiría pensando que cierto destino sería el mejor, que otro diferente no lo sería tanto, que eso que le pasa a otros ojalá me sucediera a mí, o que ojalá no me sucediera jamás? Seguramente pensaría algo totalmente diferente a lo que pienso hoy.

Y los deseos que me aprisionan, cuya insatisfacción me angustia: que si ocurriera tal cosa, que si encontrara a tal persona, que si llegara tal momento, entonces por fin, sería precisamente eso lo que faltaba, y entonces estaría todo claro, todo tomaría sentido.
Para liberarme de mis deseos, tendría que abandonarme a mí misma. ¿Y cómo abandonarme a mí misma?.. ¿Tendría el valor de hacerlo?

Si soy lo que soy porque otros son lo que son, no soy así porque así lo quiera, sino porque lo he aprendido así. Lo que soy está arbitrariamente asignado a esta existencia, la mía. En realidad no soy nada más que el producto de la replicación de un modelo, generación tras generación. Difícilmente puedo decir quién soy sin mi época, cultura y educación. Estoy definida por mi carga social.

¿Exagero? ¿No tiene sentido cuestionar el sentido? No importa. La marca que dejan algunas preguntas es indeleble, regresar a lo conocido es traición e hipocresía, mentira y cobardía.

Jul 2, 2009

corazón crédulo

Ayer soñé contigo. Todo era un poco confuso, había personas que hablaban, relaciones que ocurrían, interacciones, movimientos. Lugares que cambiaban, la luz, el día, la oscuridad, la sombra. Pero algo estaba claro, tú me querías. Me sentía contigo tan cómoda como en mi propio cuerpo, y no tenía que pensar en nada, ni pensar en lo que tú pensarías de lo que yo hiciera, de las palabras que usara, de los gestos que pusieran en mi cara un sentimiento. Tu mirada era afable y cordial, amistosa y tranquila. Tu cuerpo reposaba a la espera de mi compañía, sin prisa y sin urgencia, con un deseo constante y sólido que no acababa nunca. En la confusión, yo pensaba muchas cosas que a la vez no eran nada. No puedo recordarlas. Pendientes, algo que decir a alguien, un lugar que "debía" ser visitado por una u otra razón, obligaciones, responsabilidades. Pero yo sabía que al final de todo, cuando todo ello acabara, yo podía ir contigo y estar en casa. Y al final de la jornada, que duraba muchas horas, yo pensaba que iría hacia tí, como tantas veces en el día lo había pensado, y no era un sentimiento de alivio o de triunfo. Era simple pertenencia. Me acercaba a donde tú estabas, me mirabas tranquilo y me decías algunas palabras amistosas. Sonreías y no parecías preocupado por nada. Estabas seguro de tí mismo. Y yo hasta entonces sentía que todo el exterior por fin quedaba afuera, y que nada de lo que resultara de los acontecimientos de la jornada importaba ya. No había en mi corazón un brinco de ánimo alegre, o en mi sangre un pulso sediento y urgente. Yo por completo era marea baja, desierto silencioso, bosque al viento. Y por fin, al acomodarme entre tus brazos ocurría el silencio, me invadía una alegría enorme, una seguridad arrolladora, "por eso estoy aquí", pensaba, "por eso existo". Y entonces todo tenía sentido, toda yo era una razón, y podía claramente separar el mundo de los hombres del mundo de dios.

Jun 27, 2009

a la espera... o tal vez no tanto

Que nadie me dirija la palabra. Que nadie me tome en cuenta, que nadie evidencie este momento. Que nadie rompa el silencio en mi cabeza, que nadie interrumpa el hilo de mi pensamiento. Que nadie me consulte, me procure, me sugiera. Que nadie encienda la música, toque la bocina, toque la puerta. Que nadie me recuerde que existo, que nadie me recuerde que soy alguien.

No me explico esta necesidad de nada, el deseo de desaparecer y dejar de vivirlo todo. Querer el vacío y la ausencia. Esta nostalgia del fin, este deseo de oscuridad perpetua. Quizá un miedo terrible a no tener lo que quisiera, o un aburrimiento aplastante de todo lo que es y que será. El evidente fracaso de desear lo inalcanzable.

Ah, pienso, la débil naturaleza del ser humano, de querer lo que no tiene y aborrecer lo que tiene. De pensar, mi vida no es lo que quisiera, pero ante no tener nada, prefiero ésta. O la lección profunda y valiosa del valor de las cosas, del sonido, de los otros que nos recuerdan que estamos aquí y ahora. El miedo infinito a lo desconocido, al vacío absoluto, a la pérdida total.

La escarcha del escepticismo sobre toda la energía que produce mi cerebro. No puedo creer en nada. No puedo tener esperanza. Estoy cayendo en un agujero profundo y oscuro sin retorno que me marchita, que me seca, que me cambia. Ya no soy la que fui ni entiendo qué era. Ya no soy nadie que reconozca. Ya no soy alguien. Soy sólo la sombra de lo que alguna vez quise ser.

Jun 22, 2009

una vez quise ser pasto


una vez quise ser pasto
pequeño, verde, vivo
brillante, húmedo
esperando tranquilo
sin sentir nada particularmente relevante
más que el sol en la piel
y el agua
la tierra a mis pies, firme
mi existencia breve,
ligera y pura

una identidad, una imagen, un sentido
sin cerebro inquieto
ni en el corazón latido

ser pasto
hasta dejar de serlo

ser pleno
hasta dejar de serlo

ser
hasta dejar de serlo

Jun 21, 2009

Pasa el tiempo

Llegan los años.
Largos, pesados,
llenos de ironía.
Lo que alguna vez dijiste
no desear
se ha vuelto necesario,
indispensable,
y su ausencia te aniquila poco a poco.

Otras cosas parecen hacer ruido:
las pequeñas cosas que te ocupan.
Pero al final del día,
en compañía de los libros,
sabes que eres como ellos,
como las páginas frias que no viven,
hasta que alguien toma el papel
y les da vida.

Así esperas tú.
Un milagro, una casualidad, un sueño.
Un mensaje, una señal, un sentido.
Un sentido a todo este silencio,
a esta espera imaginaria y silenciosa
que conoces tan bien como a tí misma.

Pero nada pasa.
Sólo el tiempo.
Y (aún) otro atardecer más:
el sol, la lluvia, el frío -
el sol, la lluvia, el frío -
el frío.

Y así sin cesar los ciclos
que martillean su mensaje en estaciones,
el mensaje de ausencia de mensaje,
el mensaje de ausencia de sentido,
el mensaje de que nada pasa,
sólo el tiempo.

Jun 11, 2009


Hay una nostalgia que se siente por lo que no pasó. Es como una tristeza agridulce en fondo de la garganta. Siempre está ahí, pero se siente de pronto, sin anunciarse, como una sombra sobre el corazón que sale en una sonrisa triste. En un atardecer lento con una luz que parece no querer morir. En una noche larga y sola, con cigarras y grillos cantando a las estrellas. Al pasar por una calle y ver las ventanas de tono ámbar, señal de vida familiar, de días felices y seguros, de noches de cartas y café, de besos. Al cobijo de las cuerdas lánguidas de la guitarra flamenca, que poco a poco se despide, hasta que ha callado.

Qué sirva otra copa la melancolía.
Qué cierre las puertas el amanecer.
Hoy quiero inclinarme a cargar la agonía.
Como un costalero llevando al manué.

("Andaluza", Album Otra Sangre, La Surca, 2009)

Me sucede una y otra vez. Me parece que han pasado años, que soy vieja, que el camino ha sido largo, desierto, eterno. Que me perdí de todo lo bueno, que me perdí de todo lo fácil, que me oculté de lo esperado. Que nada ni nadie fue lo que pensaba. Que la poesía nunca fue de este mundo, y que este mundo nunca fue poesía.

En silencio me pregunto si añoro lo que creí que sería. Si añoro lo que deseé que fuera. Si añoro lo que nunca será. En silencio me pregunto si añoro lo que es ahora porque no será para siempre.