Oct 24, 2009

look


Francamente no me interesa lo que piensen los hombres de mí. En su mayoría sucumben ante la imagen comercial de la mujer. Van por la calle de la mano de una y mirarán a otra(s) ponderando las posibilidades de tenerla(s) (también). Me parecen una masa autómata y cobarde que se ha tomado demasiado en serio la sustracción de su antiguo papel: si no es el proveedor, ¿quién es? En su crisis de género, se han beneficiado de ser excusados de toda responsabilidad para con su pareja o la sociedad. Ser caradura hoy no es para extrañar a nadie.

No podría decir qué proyecta mi aspecto, nunca lo he podido decir. No fui una niña particularmente bonita o particularmente fea, ni una adolescente demasiado extraordinaria ni demasiado ordinaria. Mis ojos, nariz, boca, no son de ninguna forma particular. Mis pómulos no son prominentes ni hundidos, mis cejas no son arqueadas ni rectas. Mis dientes no son perfectos ni imperfectos, mis orejas no son grandes ni pequeñas. Mi mirada no es vacía, pero tampoco es expresiva.

El espejo: artefacto de misterio. La realidad reflejada, duplicada. La dimensión eliminada pero presente. La realidad replicada una y mil veces, la eliminación del ahora, el ahora adentro del mismo tiempo, la inexistencia de la existencia. El yo afuera del yo, el yo en el otro. Frente al espejo, uno se torna el observador del observador. El observado es el yo. Con tanto dilema existencial uno no puede juzgar si le ha quedado bien el maquillaje (que raramente uso).

Acostumbro entonces lo necesario, lo cómodo, lo fácil. Ensayar cualquier look me parece absurdo y -algo- ridículo, ¿qué pueden decir unos pantalones de una persona?, ¿un modelo de anteojos, más que sufre de miopía o astigmatismo? Me reúso a pensar que el cabello largo o corto revela algo de un corazón, que tacones o sandalias dicen algo de la seguridad personal, que un color cálido o frío hablan del estado de ánimo. No creo que nada de ésto diga nada. Cuando era adolescente declaraba con seriedad: no podemos juzgarnos entre sí por algo que no elegimos. La apariencia, fenotipo del genotipo, es nuestra carta de presentación al mundo y es algo sobre lo que no tenemos ningún control. El estilo de arreglo personal así o asá es ya demasiada presunción. De lo que se es, no hay nada qué decir.

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