Mar 31, 2010

que no se te olvide:


"el color de tu piel,
los aretes,
tus muslos,
tus ojos,
tus facciones,
tu sonrisa,
tus proporciones..."

su mirada,
su sonrisa,
su abrazo,
su deseo,
la propuesta...

tu energía,
tu sensibilidad,
tu intuición,
tu deseo...

Mar 29, 2010

F.D., aliuqeT


Como algunos sábados, me dispuse a leer el periódico en esa cafetería de la esquina que tanto me gustaba. El tiempo era bueno y no tenía otra cosa mejor qué hacer. Me llevé un libro por si deseaba quedarme más tiempo, o leer en alguna banca del parque. En un gesto de pequeña rebeldía, opté por mi vieja camisa blanca y salí.

No había mucha gente en el café. Elegí una mesa bien situada en una esquina. Dí la clásica mirada de reconocimiento y entonces la vi. Se veía alta, largas piernas, el cabello largo. Usaba una falda corta, podía ver su muslos, firmes. Me llamó la atención tanta piel, un festejo, qué bien, por qué no... y después el libro que leía. La misma edición había llevado yo para leer en caso de terminar el periódico. Curioso, que llevara el mismo libro esta mujer. Tequila, D.F., de Mejía Madrid. Me echó un vistazo y continuó con su lectura. Inevitablemente cruzamos miradas, pero estaba demasiado lejos para decir, casualmente, "ah, ¿lees a FMM?, yo también...". Me dejé de cosas y me senté. Nunca suceden cosas así, ¿por qué sería diferente en esta ocasión?

Ordené café e inicié con la lectura del periódico. Medio Oriente, siempre un problema. Estados Unidos metiendo las narices donde no le llaman, el negocio de la guerra, destrozando vidas enteras de civiles inocentes. El gobierno del Distrito Federal, populismo puro. ¿Cuándo iba este país a tener una reforma política que modernizara ese añejo aparataje anquilosado? Seguramente yo no lo vería, quizá tampoco la siguiente generación, mejor ni pensar en eso. Bastante se había discutido que el tercer mundo sirve al primero, nadie nos sacaría del hoyo. El narcotráfico avanzaba a pasos agigantados en el país, se matara a quién se matara. 18,000 muertos hasta la fecha, increíble. Jóvenes la mayoría. Claro, indicación de las paupérrimas oportunidades que brindaba este clima político y económico...

Pedí otro café. Miré de reojo a la mujer. ¿Estaría tan bueno el libro? Más me valía empezarlo a leer. Tal vez lo notaba y me decía algo. De pronto, descruzó las piernas y las cambió. Pude ver un poco más de sus muslos, eran firmes, en efecto. Recordé la escena de Bajos Instintos, Sharon Stone, sin ropa interior, uf, y yo hace rato que no... Otra vez estaba divagando en tonterías. Esta mujer... Ni pensarlo. Tomé el libro y retomé donde me había quedado. Mmm, ah, si, Ugalde. Estaba relatando algo, algo sobre su amigo Venegas, el poeta maldito, describía algunas fiestas setenteras y las mujeres con quiénes se topaban. Mmm, bastante explícito Mejía con sus descripciones... Un culo increíble, nalgas redondeadas, se sentó en mi regazo, "bella y loca, la mejor combinación", me habló al oído, "cójeme ahorita". ¿Serían todas las mujeres así? ¿Cómo distinguir a las que lo son de las que no lo son? Mejía hablaba de un algo que indicaba a las que sí y a las que no, ¿tal vez la ropa?, ¿la actitud?, valga el esoterismo: ¿la vibra? Bastaba ser un poco observador. Un escote, sonrisa, eran mensajes al fin y al cabo... una falda. ¿Y si ésta era así?, ¿dejaría pasar la oportunidad? ¿Pero qué hacer para engatusarla?, no era sencillo ni obvio. Pero había un recurso que ya nos unía: el libro, y ella lo había notado, sonreía desde que lo saqué del maletín.

¿Qué pensaría del estilo de Mejía? Por lo visto iba mucho más avanzada que yo. Ya había pasado por las descripciones de las chicas... pensándolo a profundidad, era un libro extraño para una mujer, podría rayar en lo soez... al menos que la mujer que lo leyera encontrara eso atractivo, excitante. Sólo había una forma de demostrarlo, y el libro sería mi interlocutor, decidí no decir una sola palabra. Me puse de pie y me acerqué a su mesa, puse el libro ante sus ojos y la observé un segundo, creo que estaba impresionada de la coincidencia (¿no lo habría notado antes?), pues me miraba con grandes ojos. Sin meditarlo demasiado, le ofrecí mi mano y decidí llevar esto hasta sus últimas consecuencias. ¿Qué era lo peor que podía suceder?, que no respondiera a mi gesto. Pero respondió. Me sorprendí cuando sentí su palma en la mía, pero fingí que no. Caminé buscando dónde llevarla, ¿qué demonios haría con ella?, el plan estaba un poco cojo, es verdad, pero seguí caminando y no tuve más que entrar al sanitario... ¿Damas, caballeros?, mejor damas, porque los baños de caballeros están generalmente impresentables. Cerré la puerta con seguro, lo que menos necesitábamos eran interrupciones.

La llevé a la pared, aún incrédulo. La miré a los ojos, estaba sonrojada y muda. Era más alta de lo que pensaba. ¿Qué haría?, parecía expectante. Sus manos eran suaves, y sus brazos. Emanaba de ella un perfume sutil. Me acerqué un poco más. Otro poco. El perfume me envolvía, la besé en el cuello, improvisando. Me sumergí entre sus cabellos. Lentamente, cuello, oreja, hombro. Toqué por un segundo sus clavículas, ¡muy sensuales! Y seguía mirándome, cada vez se le notaba más nerviosa. Si no hacía yo algo pronto, esto iba a acolapsarse. Y pues lo hice, la besé. Estaba un poco reticente, así que la así por la cintura, firmemente. Cuál fuera mi sorpresa cuando me besó de vuelta. Estaba dispuesta entonces. Le dí media vuelta y miré su trasero. Era increíble, pensé en Mejía, era así lo que decía. Respiraba fuerte, lo está disfrutando, pensé.

Bajé lentamente el cierre de mis pantalones, subí con cuidado la corta falda y bajé la minúscula ropa interior. ¡Vaya! Si no me apresuraba, iba a correrme ahí mismo. Automáticamente, humedecí la palma de mi mano con la lengua (un gesto algo informal que no puedo evitar) y la busqué. ¡Era toda agua! La penetré con fuerza (gimió un poco) y me apoyé en ese increíble trasero. Traté de no correrme, respiré hondo para evitarlo, y me fui lento, pero no resistiría mucho más, me faltaba poco, empujé más fuerte, podía olerla, empujé más... y empujé tanto que, claro, casi cae al suelo. Salí del trance con el sonido alegre de su risa, estaba divertida de casi caerse. Reí también, avergonzado.

Salimos del baño y tomamos nuestras cosas, pagamos las cuentas y dejamos la cafetería. Mejía tenía razón. Vaya que esta ocasión había sido diferente.

Mar 27, 2010

Tequila, D.F.


Leía yo en una cafetería de una conocida colonia de la Ciudad de México. Era cerca del medio día, se respiraba una atmósfera tranquila y relajada, como si el país no estuviera en crisis, como si andar en la calle fuera de lo más seguro, y como si fuera de lo más natural tomarse un café en una cafetería de una conocida colonia de la Ciudad de México. Sí, eran de esas mañanas en que siento que soy el ser humano más afortunado del Planeta. Había llevado ese libro que leí tantas veces y sabía casi de memoria. Lo llevé porque quería estar ahí, en ese lugar emocional al que la historia me remontaba. Era como encontrarme con un viejo amigo, con un añejo sentimiento agradable. Había una especie de hechizo en la trama, era un relato sugerente, los personajes eran casi tocables. Me identificaba tanto con lo que decían y hacían que podría jurar que los estaba escuchando. Los hombres me parecían atractivos, ambos, y la mujer, bueno, la comprendía perfectamente. Entonces ahí estábamos los cuatro, ellos en las páginas y yo disfrutando de su vida.

Estaba sentado a unas cuantas mesas de la mía. Lo desde que entró y se sentó, notando que se sentaba frente a mí, lejano. Pude ver su camisa blanca, sin fajar, y su cabello negro. Ordenó café y abrió su periódico, tendría unos 43 ó 44 años, pensé. Inició su lectura y yo retorné a la mía como quién no hace caso de lo que ha visto. Los personajes me hablaban de nuevo y no podía perderme de la historia por un hombre que se sienta a unas cuantas mesas. Pero noté que me miraba, al sentarse, y poco después de abrir las grandes hojas del periódico. La primera fue de reconocimiento, la segunda de rectificación. Miradas cortas pero claras. Yo regresé a lo mío. ¿Cuántas veces me había sucedido lo mismo? No era nada para prestar especial atención. ¿Por qué sería diferente en esta ocasión?

La historia empezaba a ponerse muy buena, como siempre. Venegas estaba por enterarse que Ugalde estaba con su mujer, que había aprovechado que el primero se perdía de alcohol para colarse en el corazón de ella y seducirla. Y esto era imperdonable, eran amigos del alma, trabajaban juntos desde hace años y Ugalde admiraba más que a nadie a Venegas. ¿Cómo iba a traicionarlo de esa forma, suplantando su lugar en el corazón de su mujer? Era impensable. Venegas estaría furioso y Ugalde debía temer por su vida. De pronto, alguien dobló y guardó su periódico, lo noté por el rabillo del ojo. Me lanzó otra mirada fugaz, deteniéndose un segundo en mi falda y mis piernas. Qué fresco, pensé. Sacó algo del maletín que llevaba, algo que no pude creer que sacara. Sonreí sin dejar de mirar mis páginas, y traté de seguir leyendo, pero estaba francamente expectante. Con esfuerzo contuve la risa. Supe que me miraba sonreir, y entonces se dispuso a leer. Así estuvimos por una media hora, en la que me miró un par de veces más, y otras que no habré podido notar.

Pedí otro café, mitad concentrada en la historia, mitad distraída por él. La trama estaba desenvolviéndose magistralmente, con el estilo embrujante de FMM. Al sorber la taza, de nuevo cruzó mi mirada con la suya, y, en una centésima de segundo, decidí no desviarla. Por lo visto, él decidió lo mismo, o ya lo habría decidido, pues se quedó mirándome. Tomé el resto de café que quedaba en mis labios con la lengua, pensando qué ocurriría. Sentí el golpe de adrenalina del que no tiene nada que perder. Pero sus ojos fueron más allá de los míos y del sorbo, de mi lengua y mis piernas. Para mi sorpresa, se incorporó lentamente y -con libro en mano- se dirigió hacia mí. Seguía mirándome fijamente. Retiré la taza de mis labios, siguiendo sus lentos pasos mientras se acercaban, totalmente incrédula. Rectifiqué haber cerrado la boca. Mi corazón empezaba a latir rápidamente, y se me habían subido los colores, incontrolables.

Cerré lentamente mi libro, sin dejar de mirarlo, y sonreí un poco, deseando que no se detuviera. Pero no lo necesitaba, estaba decidido. Se acercó hasta que estuvo parado a pocos centímetros de mí, y dejó su libro en mi mesa, con un gesto de demostración. Pensé que hablaría, pero se mantuvo en completo silencio. Lo miré y no se me ocurrió nada qué decir. Se paró a lado mío, como si partiera, y extendió la mano, ofreciéndomela. Él de espaldas y su palma ahí, mirándome sin ojos. Me incorporé lentamente y la tomé, más por curiosidad que por aceptación. Ni siquiera me dio tiempo de tomar mi bolsa, pues, con los pasos grandes de quién está seguro de lo que hace, avanzó hacia los sanitarios, sosteniéndome con firmeza. Estaba asombrada y me daba cuenta de todo un segundo tarde.

Pasando la puerta me saturó el aroma del limpiapisos, a mi espalda escuché la puerta cerrarse, y el hombre que le ponía seguro. Me tomó de los hombros y me estrelló contra la pared, sin ser violento, pero con fuerza. Me sentí en una película surreal, no podía explicarme lo que sucedía, la realidad me rebasaba y no podía yo alcanzarla. Por un segundo pensé que esto podía salir muy, muy mal, pero no lo detuve. Me miró entonces a los ojos, eran marrones y profundos, una de esas miradas concientes, sin evasiones. Así estuvo mirándome lo que me pareció largo rato. Suavemente tocaba mis manos y mis brazos, como reconocen los ciegos. Pude oler su colonia, era un aroma muy varonil y fresco, desenfadado y pulcro. Un par de veces desvió la mirada de mis pupilas y me retiró los cabellos del cuello y de las mejillas. Tocó mis clavículas con la yema de los dedos y se acercó todavía más a mi rostro.

Cerré los ojos un momento, ¿qué era esto que estaba sucediendo?, ¿era esto una confusión terrible y este hombre pensaba que me conocía?, ¿qué pasaría si alguien deseaba entrar al baño?, ¿me haría daño?, ¿la mesera cuidaría mi bolsa?, ¿hasta dónde iba a llegar esto? Y entre preguntas y su perfume, de pronto sentí sus labios en mi cuello. Se escondía por completo entre mi oreja y mi hombro. Los besos eran casi imperceptibles, pausados. Parecía respirar de mi piel. Mientras tanto me abrazaba firmemente por la cintura. Por su gentileza y cuidado, me sentí frágil, como una figurilla de porcelana. Lo hizo con tanta calma, que me dio tiempo de darme cuenta de qué sucedía. Sentí que no había por qué temerle, que no me haría daño, así eran los besos, inocuos. Respiré hondo, y toqué tímidamente sus brazos. Eran firmes y gruesos, me parecieron atractivos. Me sostuve de sus hombros, con curiosidad. Su espalda era también firme y amplia, observé de un vistazo.

Se separó de mi cuello y lo escuché respirar profundo. Había acercado su cadera a la mía y noté que estaba completamente listo y dispuesto. Me intimidó un poco. Me miró a los ojos, su nariz tocaba casi la mía. Susurró muy bajito, "voy a...". Cerré los ojos y sentí sus labios en los míos, suaves. Su lengua humedeció mi piel y buscó abrir mi boca, a lo que cedí con franca timidez. Se separó un poco y me besó de nuevo, rectificando el gesto, dándome confianza. Dudé un segundo, y él regresó a mi cuello. Decidí entonces aventurarme a besarlo. Me sentí insegura, pero me respondió entusiasmado. Respiré hondo y lo dejé hacer, sus manos ya viajaban por mí.

Me giró lentamente contra la pared, y lo escuché bajar la cremallera de sus pantalones. Subió mi falda y bajó mi ropa interior, con delicadeza. No tuvo que esperar demasiado, pues yo estaba húmeda y lista. Lo notó y lo escuché murmurar palabras dulces mientras me acariciaba los muslos y el trasero. Con la palma abierta empujó mi espalda hacia abajo, tuve que pararme de puntillas y me aferré a los mosaicos para no caerme. Se humedeció la palma de la mano con saliva, y preparándose, con decisión entró en mí. Fue delicado pero decidido, y respiró hondo, de mí emanó un pequeño gemido más de sorpresa que de placer. Se balanceaba y yo intentaba sostenerme de la pared, sin éxito. Me empujaba fuerte y pausado, entregado por completo a cada llegada y abandono, llegada y abandono, llegada y abandono. Yo no pude más que cerrar los ojos e intentar sentir lo que ocurría. Me relajé lentamente, respirando hondo. Pero poco a poco fui perdiendo la fuerza y el equilibrio, casi cayéndome al suelo. Tropezé un poco y reí con gusto, entre suspiros profundos y transpiraciones, y él rió fuerte también, contento. Nuestra risa rompió el silencio.

Ahí seguían los dos libros idénticos en la mesa, los cafés fríos, mi bolsa colgando de la silla, el periódico y el maletín en su mesa, y ambos habíamos recibido la cuenta. Pagamos y nos fuimos. Vaya que esta ocasión había sido diferente.

Mar 26, 2010

polvo al polvo


Ven, acércate. Traspasa el vapor del tiempo con tus ojos. Mira mi alma sin parpadear, mira mi vida, mira mi corporiedad. Lanza al suelo el reloj y las razones, ya habrá tiempo para eso. Que haya nacido ayer el mundo en tu cabeza.

Ven, acércate. Vuélvete sol y agua, evapórate conmigo. Encarcélame con fuerza y con confianza. Emprende el viaje por mi espalda y mi cintura, toca mi pecho con deseo terreno y olvídate de mí. Quédate sólo contigo y tu latir acelerado.

Ven, acércate. Rompe el silencio con susurro de brisa por mi cuello. Vive de mi oreja y mis cabellos. Vete perdido en el laberinto de mi piel, intoxícate a morir de mi sudor. Dime a dónde ir sin titubeos... Yo te seguiré obediente. Indefensa. Feliz. Dispuesta a complacerte.

Ven, acércate. Deja caer los tiempos y tu cuerpo encima mío. Asfixia mis nudillos con los tuyos y encuéntrame como la tierra. Húmeda, vasta, doliente, generosa. Húrgame y descúbreme. Cierra los ojos y vete planeando al vuelo, entre pinos verdes y precipicios, sin retorno.

Ven, acércate. Reposa tu conciencia en mi pecho y tu brazo en mi cadera. Sueña y recupérate. Acomódate un poco y sorpréndete de encontrarme ahí, a tu lado. Escúchame respirar, soñar contigo, con abismos y con girasoles, rendida por tu fuerza.

Ven, acércate. Mira el alba despuntar con gris ardiente. Siente la sangre tomar vida y destino. Alégrate de estar vivo y celebrarlo. Con cuidado, encuéntrame, interrúmpeme, despiértame. Es lo único que quiero.

Mar 24, 2010

sensualidad solícita


¿Es la realidad que me provoca esta sensación? ¿O acaso la sensación me revela qué ocurre en realidad?

Mar 23, 2010

no cualquiera IV

Conocí a un hombre. 53 años, con familia y vida hechas. Me pareció completo, inteligente, muy atractivo, (creo que) había química entre nosotros. Hablamos miles de palabras ante cientos de cafés. Fracasé en no enamorarme de él, pero (pensé que) poseerlo era perderlo. Preferí conservarlo, lejano. Me recordó (de nuevo) cómo son los hombres extraordinarios.

la extraña


Parten en su viaje las palabras
vertidas por mis dedos apurados
traductoras de mi corazón-cabeza
la letra dando a los significados y

me alejo, y la sensación les dejo.
Más cuál fuera mi sorpresa al regresar
y escucharlas responder al preguntar
si ahí estoy, si es que sirven como espejo.

Pero veo que no tratan ya de mí
con su vuelo, me han dejado atrás
tienen vida y hablan de alguien más
de una extraña que hoy no reconocí.

Mar 22, 2010

punto de encuentro


Me dejé de estupideces. No estaba consiguiendo lo que quería por mi culpa, no por la casualidad, no por la circunstancia, no por la geografía. Aunque había insistido en el cuento de que no lo era, en realidad sí lo era, era por mí. Y no aplicaba sólo a eso, aplicaba a todo. Había perdido la conexión a la raíz, había olvidado la puerta al canal principal, había ocultado la entrada al túnel. Todo había sido gradual, casi sin darme cuenta, pero también repentino y consciente. Aunque durante años se había gestado la interrupción de la conexión, al mismo tiempo era identificable el momento y las experiencias relacionadas con ello. Es momento de recobrarla.

¿Pero cómo recobrarla? ¿O era esta pregunta parte de mi resistencia a hacerlo? ¿Cuestionar siempre todo, darle importancia al "cómo"? Era muy posible. Dejarme de estupideces, hacerlo. Hacerlo y punto, sin justificaciones racionales. Sin consideraciones para con las estructuras construídas. Escuchar la intuición y dejarla fluir. Retiro lo dicho, eliminar planes y estrategias. Simplemente serlo.

Mar 16, 2010

vida a la vida



Sigo sintiendo esa conexión, muy profunda, casi indefinible. Con las hojas indefensas en sus ramas, en conjuntos, formando el follaje de los árboles que esperan, quietos, su muerte. Sigo sintiendo que me hablan, que me miran, que viven un estremecimiento perpetuo, que lo saben todo y nada, que no esperan porque no dudan. Sigo sintiendo que lloran, que cada pedacito de brillo es inoscencia, que cada centímetro de tallo es lucha, que cada hueco de raíz es silencio. Y no puedo imaginarme lejos de ellas, sin su compañía silenciosa e impávida, incondicional y absoluta, creciendo al ritmo de las estaciones, para mí lentas, para ellas seguramente veloces. Imagino cómo viven su vida, cómo crecen y se estiran hacia arriba, cómo saben perfectamente el tiempo de la flor y la semilla, cómo avanzan persistentes, sin escuchar de cataclismos ni tragedias, cómo hacen lo que tienen que hacer y no hay excusa.

Me conmueven. Me enamoran sus formas románticas y vírgenes. Las delgadas hojas del Adiantum, con su verde infantil e iluso, la flor plástica de la Passiflora, con sus colores kitch y su compleja estructura. La elegancia de todas las Callas y la nobleza de las Dracaenas. El perfume de la Lavandula y el Rosmarinus, la belleza de la Mentha, tan simple y tan fragante, tan silvestre y tan potente. Me impresiona la tenacidad del Solanum, de la Hedera y el Cissus, la persistencia del Axonopus, sus alfombras eternas y silenciosas gritando "¡esto es mío!". La seducción de la Nepeta y el Piper, generosas, la música de la Gerbera y el Gladiolus, escandalosas. La paciencia de la Opuntia y el Lithops: para ellas el tiempo no existe.

Y luego, guardo silencio ante los gigantes. Sequoia, Quercus, Salix, Pinus, Juniperus, Ceiba, Swietenia, Cedrela, Ficus. Han estado ahí cientos de años. Han visto pasar imperios y generaciones. Y siguen ahí, esperando otros cien años para morir o caer vivos. Toco la corteza con falta de respeto. Retiro suave la mano. No se pueden aprender siglos de lecciones en una caricia. Hay que aceptarlo. Los miro entonces, de lejos. Ahí están, y no me necesitan. Son planetas completos. Son de piedra.

¿Qué otra cosa podría hacer yo sino dar mi vida a la vida?

Sigue vivo en mí el sentimiento original, el de hace tantos años. El que me indicaba que no había otra razón ni motivo que valiera la pena. El que me decía que eran ellas las dueñas de mi vida y no alrevés. Y por más que hice todo lo que hice, vuelvo ahora a escuchar mi corazón. Me llaman. Me llaman para encontrarnos de nuevo, en las mesas verdes y las mezclas de sustrato, en las charolas y los recipientes, en la sombra protectora y el sol entrenador. Sin explicaciones ni disculpas por abandonar el resto de opciones huecas. Y voy a ir a su encuentro. A encontrarme con ese viejo amigo, el verde. Y en la rutina quedará claro que el parpadeo de la vida sólo tiene sentido a su lado, y que ellas guardan el secreto de todas las cosas, el secreto que revelan a cada segundo con su silencio.

Mar 15, 2010

viajero


La ilusión lo llevó de la mano
alejándolo del sillón
apareció en un lugar lejano
sin moverse, el corazón

inició el viaje entumido
lento, se desperezó
no había nada prometido
y sin embargo viajó

sonrió a los rostros inertes
tomó las manos del manco
besó los labios ausentes
y latió, vulnerable y franco

el viaje del sentimiento
no necesita promesas
le basta con el aliento
de lo que pudiera ser

y con sólo imaginarlo
se satura de emoción
y no le importa saber
que todo ha sido ilusión

Mar 8, 2010

Imaginé un hombre libre de las palabras y de las ideas. Un hombre libre de etiquetas y de estereotipos. Pensé inmediatamente que cualquiera de los hombres reales que conozco me diría, molestándose, que eso es imposible, pero no me importó. Dejé a un lado las hipotéticas molestias de los hombres débiles y seguí imaginando aquél hombre diferente. Pensé en el gato, independiente y decidido, fiel a su naturaleza, parsimonioso y práctico, salvaje y civilizado. Se reveló instantánea la forma del hombre, autosuficiente y dirigido, satisfecho con su propia compañía y su objetivo. Imaginé entonces que estuviera buscando algo, algo diferente, auténtico y natural, hasta cierto punto normal, pero también extraordinario. Me presenté a la escena y charlamos, faltos de miedo. Nos hicimos amigos, hubo confianza e intimidad. Y después de un tiempo, así de pronto, decidimos ser algo más.