Mar 23, 2011



Últimamente me da por ver las nubes moverse. Miro fijamente un pedacito del contorno de alguna y observo detenidamente cómo se mueve, hacia dónde va. Son enormes. Puedo sentir que a esa altura los vientos son ráfagas mortales que a ellas apenas les impulsan en su viaje atmosférico. Y este movimiento no me parece diferente del que está animado por la vida, del movimiento de un animal o del mío mismo. Me sucede con los árboles también, pero el contrario. Los miro quietos en el prado, recibiendo el sol, o el agua. Apenas se mueven. Y sin embargo están tan vivos. Por dentro de sus cortezas hay una ciudad de células con avenidas y calles, tejidos y recovecos, funciones y procesos. Y afuera la calma. Sus hojas brillan con un verde tan hermoso que lloro por dentro al verlos. Su quietud me conmueve y me doblega hasta el nivel más simple de amor puro. Me siento tan humana y tan sola. Me envuelve la soledad de todo el Universo, y de este mundo azul suspendido en la oscuridad total, existiendo en un segundo que nunca fue.

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