Aug 31, 2011



Me visitaron tres ángeles.  Estuvieron aquí por cinco días y todo fue luminoso durante su estadía. Pero el último día vino una prueba muy fuerte, de esas que me dejan desecha y llorando, y que pocos ángeles podrían salvarlas.  Sentí vértigo de verme de nuevo deprimida, casi pánico.  Hice lo que tenía qué hacer, no sé si los ángeles me ayudaron con su luz a lograrlo.  Fue tan desagradable y triste que no había forma de saberlo.  Ahí empezó lo gris que ahora amenaza con apoltronarse en mi casa.  No se lo evitaré.  Que pase.  De todas formas no hay sol y tengo mucho trabajo.  No hay ya tiempo para los conflictos internos.  La verdad ya fue alumbrada y estuvo clara.  La confusión es ahora casi voluntaria, parte del vaivén natural de los procesos. Entiendo, no entiendo, entiendo, no entiendo.  Así, hasta que actúe.  Se fueron los ángeles, ojalá volvieran.


No quiero escribir. Estoy de nuevo en tinieblas y declararlo me aterra. Me siento otra vez perdida, pero sin excusas. Simple estupidez. No, no, no, tengo que detener esta espiral oscura y empinada. Tengo... ¿pero cómo? No sé. No hago más que pasar el día en automático, refugiada en los actos y sorprendida cuando mi voz sale de mi pecho y hablo. ¿Quién demonios está hablando, si aquí adentro todo es tormenta?

Aug 2, 2011

10 kg menos




Acabemos con esto de una vez por todas, me digo para creer que es posible. Parece que en cuanto hice conciente lo que Lise Bourbeau describe como "la máscara del masoquista", y más allá, "la herida de humillación", ambas se han ido difuminando sutilmente en mí, sin que yo haga mucho más que pensar en ello.

Hace un par de meses inicié de nuevo la dieta de desintoxicación. Simplemente un día desperté y decidí hacerla de nuevo. Desde ahí la he respetado todo lo posible, con resultados asombrosos. Haré un recuento de mi experiencia con esta dieta. El año pasado en marzo pesaba más de 83 kg. Mido 1.73m, podría pesar, en teoría, hasta 63 kg. Esto significaba un sobrepeso de 20 kg. Pocos meses despues conocí a R. Él me prestó el libro en dónde se explicaba la dieta. Así que, en parte por experimentar y apoyada por el autoestima que R me había fotalecido, la inicié a finales de agosto del año pasado.

La primera vez que la hice bajé hasta 79 kg. Conforme pasaban las semanas y me iba pesando, no podía creer desde el fondo de mi corazón que la báscula marcara menos y menos peso. Era como si hubiera perdido toda esperanza en bajar de peso. Era más mi asombro que mi felicidad. Hice la dieta al pie de la letra por 1 mes, después la dejé, pero no la abandoné del todo, y seguí perdiendo peso. Finalmente bajé hasta 77 kg. Después de un par de meses de relajarme reboté hasta 79 kg, pero no más.

El 19 de mayo pasado inicié de nuevo la dieta. Me sucedió lo mismo que al inicio, no podía creer que la báscula marcara 78, 77, ¡76!, ¡¡75!! Creo que hace más de 10 años que no pesaba 75 kg. Para alguien que ha luchado toda su vida con su peso y quién se percibe de "complexión robusta", esto es un logro magnánimo. Sigo haciendo la dieta, pero también sigo siendo algo incrédula de poder bajar más. Es como si hubiera perdido la fe en mí misma, a base de autoregañarme tantos años. Y sin embargo, sigue funcionando.

Pero observo de cerca este fenómeno de mi pérdida de peso. Creo que hay mucho más trasfondo en estos hechos que el evidente cambio de alimentación. Antes de hacerla por primera vez, habían transcurrido unos intensos meses de aprendizajes espirituales. En ese tiempo, escuché por primera vez a Jac O'Keeffe, a Mooji, leí a Krishnamurti, a Rajnesh. Hablaban del desapego, del dejar ser, de la ausencia de control sobre las cosas, del minúsculo parpadeo de una vida y sus labores. La frase aplastante de O'Keeffe "tú crees que TÚ eres un grupo de pensamientos que has decidido que son verdad" me dejó helada. Todo aquello que pensé de mí misma se desmoronó, así como todo lo que pensé de lo que eran y hacían los demás. Fue un gran descanso dejar de juzgar(me) y etiquetar(me) las 24 hrs, y fue más duro estrenarme en el arte de aceptar la realidad. Mientras transitaba por los senderos de nuevos conceptos y aproximaciones a la vida, perdía peso paulatinamente. No es casualidad que ambos procesos sucedieran a la vez.

Después apareció el libro de Bourbeau de forma azarosa. ¡Ahí estaba yo!!, descrita con detalle en la herida de humillación. Incluso en ese momento podía identificar plenamente cómo mi aproximación a la vida me tenía en ese trabajo, en ese lugar, y en ese estado de ánimo. Nada estaba funcionando correctamente. El masoquista encuentra difícil rechazar a otros, decir "no", perseguir sus propias metas. Su miedo mayor es ser libre, aunque aparenta serlo, pero sabe bien que es sólo apariencia. El masoquista se involucra en situaciones que no lo satisfacen, pero en las que cree que hace lo mejor para otros. El masoquista carga su pasado, su presente y su futuro. Esa era yo, sin duda. Tenía que empezar a despertar, y ya podía hacerlo ahora que reconocía mi herida de humillación. De pronto tuve muy claro cómo y cuándo se formó esa huella. Y así como magia pude observarme sin emoción.

Inmediatamente apareció mi segunda herida, también profunda, la injusticia, y por ende, la máscara del rígido. ¡Qué rigidez había practicado gran parte de mi vida!, ¡cuántas cosas hice por el "deber", aunque no eran cercanas a mi corazón! Cuántas veces juzgué algo como inaceptable y desacredité a personas, sucesos, actividades. Qué cerrazón, qué dureza, qué contensión, qué amargura. Fue como despertar de un sueño de 25 años. También fue claro cómo y cuándo se formó la huella de injusticia en mí, y el trabajo que me había costado superarla, aunque ya desde hace tiempo estoy intentando hacerlo, aunque no fuera conciente de ello. Quizá a partir de que terminé el doctorado empezé a trabajar en esa rigidez, a intentar suavizarla. Fue mi último acto por deber... o casi.

Ahora ensayo pequeños ejercicios de recuperación de mí misma: decir "no" cuando hubiera dicho "si" por compromiso, expresar mis necesidades, llorar sin sentido, sentirme feliz sin sentido, vivir el momento presente, aceptar la realidad, quedarme callada, manifestar mis inconformidades, forzarme a actos que rechazo y realizarlos con asertividad, sentirme feliz por los demás aunque hagan cosas que yo no haría, en fin. En particular, me ha sido novedoso expresar un punto de vista opuesto al de los demás sin sentir un conflicto, y decidir en función de mí y mis intereses. Estos ejercicios, aunque sencillos, han sido duros de realizar. Me costaba identificar la diferencia entre egoísmo y autoconfianza. Entre indiferencia y desapego. Noté cuánto amor a mí misma me faltaba. En ocasiones me excedí en exigencias y resulté irritante para los demás, quienes me lo demostraron, pero fue parte del aprendizaje. Por primera vez sentí que actuaba en mi favor, independientemente de que otros lo aprobaran o no. Y fue una sensación increíblemente gratificante, como si cualquier cosa que decidiera con este criterio fuera infalible.

Fue durante estos meses que pude perder el peso que físicamente cargué tantos años. No sé si estas teorías expresadas en las lecturas que he estudiado sean verdad o mentira, si sea todo esto un truco de mi mente, o cómo funciona el cuerpo-cerebro, pero al menos en mi caso todo ha cambiado de forma integral, y ha sucedido en un período de tiempo considerable, sin mucho esfuerzo, pero sí experimentando un profundo dolor y desconcierto al desprenderme de concepciones y construcciones. Y poco a poco, una ligereza que parece envolverlo todo. Y una especie de paz de que lo que venga estará bien.