Oct 10, 2011

la Tierra sin hombres


Viajando por la noche más oscura, todo se ve en tonos de negro.  Las montañas se estrellan en el cielo con contorno lúgubre y en silencio, no hay un solo foco que alumbre el macizo dormido, ni un ruido de motor humano.  El viento sopla silbante, sin detenerse.  Las hojas se mecen, ciegas de luz, mojadas.  Las cigarras zumban en su eterno llamado amoroso.  Algunas aves se mueven tímidamente por ramas, casi sonámbulas, haciendo lo que el instinto manda para la noche.  Los murciélagos viven y baten las alas tan rápido que parecen cuervos acelerados.  Me pregunto mil veces, ¿cómo era la Tierra sin el hombre?, ¿cómo era la Tierra en su propia compañía?  Amanecer tras amanecer, tan hermoso y lleno de colores, y nadie para verlo y llamarlo bello, pero tantas creaturas vivas que se desperezan y sienten... tal vez hasta felicidad sienten.  Y tantos atardeceres solos, sólo de ella, de la Tierra, giros suyos a ocultar una cara del Sol y nubes de colores, y llega otra noche, y las cigarras cantan de nuevo.  Tal vez hasta contentas de que llegara la noche.  Y nadie para decir una palabra.  Ninguna risa, más que la de las hienas.  Ningun llanto, más que el de los felinos.  Bramidos y llamados, aullidos de lobo a la Luna, y nadie para estremecerse de oírlos, sólo la liebre.

Pienso en las lluvias.  Puedo escuchar el silencio del suelo y los tambores del aguacero.  Animales empapados y corriendo a casa.  Ningún paraguas, ni botas, ni impermeable.  Ni una sola partícula de plástico.  Nadie para decir qué bueno que llovió o qué malo.  La lluvia dando vida a este enorme cuerpo flotante, devolviendo lo que respira en nubes al sol y al viento.  Rayos y centellas rugiendo solos.  Alumbrando los cerros negros y tal vez quemando los pastos para apagarse con el aguacero.  Cuántos juegos de astro vivo.

Y luego las plantas.  Me conmueve hasta el llanto su crecimiento callado y continuo.  Su mirar a la luz y hacerse más grandes.  Su raíz que cava y explora y absorbe y respira.  Caería un árbol viejo de miles de años en medio del bosque de sequoias, que no se llamarían así ni nada, sólo otro árbol más de cien metros de alto.  El estruendo de su caída sería una nota musical como cualquiera, y el nuevo hueco en el dosel la entrada de rayos al suelo que nadie ha pisado, ni pisará.  Y una semilla germina. Y todo vuelve a comenzar por cien años más.

Cuántos siglos fue la Tierra tan perfecta.  Cuántos siglos fue la música de la vida la que escuchaban rocas, plantas, animales.  Cuántos siglos se arropó la Tierra para dormir a su propio abrigo.  Cuántos siglos amaneció el Planeta con su mejor humor, y su más bella cara. 


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