Jul 3, 2012

amado maestro

Primero, fueron las letras las que me acercaron a ti, cuando leí ese perfil que te describía en pinceladas poéticas y auténticas según tú mismo.  Después fueron las letras que me enviaste las que me enamoraron, disfrutaba tanto leerte, cada mensaje era una caja de chocolates, con listón dorado y papel de china chispeante y liso.  Y aquí estoy otra vez hablando con letras para decirme, decirte lo que siento, pienso, o lo que sea, lo que pasa por mi corazón cada noche que voy bajo la lluvia y en mi pecho retumba una sed que exclama, tengo qué escribir, tengo qué escribir...

Todo se ha desmoronado, lo sabes bien.  No sé qué queda de mí que antes conociera, si es que queda algo, y está mi cuerpo suave y rosado, como la lagartija cuando muda la piel y es pura carne y sangre al viento.  Apenas me da tiempo de reconocerme cuando ya debo tirar otro girón de carne seca y volver a encontrarme sin eso que hace minutos era algo a qué asirme.  Y siento que exhala cada poro de mi cuerpo y de mi alma desde el centro de mi ser hasta el final del universo. Luego inhala y ahí vamos de nuevo.

Es casi una tentación olvidarlo todo y hablar por teléfono fingiendo que esas palabras son las reales y estoy ahí sintonizada con la trivialidad, tomando todo tan en serio y participando con fe ciega del teatro de la vida. Pero ya no me sale y me escucho hablar como a una voz desconocida, que se manifiesta de quién sabe dónde y quién sabe cómo, y de la sorpresa sólo se le escucha en silencio, dejándola pasar tan pronto acaba.

No sé si te lo propusiste o fue accidental que este amor que me vienes dando me hace sentir como en retiro espiritual con un maestro tan experto que retarlo es de antemano saber que la lección no ha sido comprendida y no habrá forma de darle la vuelta: tarde o temprano habrá que tomar el toro por los cuernos y aprender a lo que se ha venido.  No sé cómo lo has hecho pero, igual que dice el monje zen, me has llevado suavemente a esa esquina dónde uno no puede moverse ni un milímetro más, y no queda otra opción más que sentarse a observar el interior, reposar la mente en el corazón, y contemplar la matriz con su juego loco y arbitrario.

Y es que tu silencio y tu aparente indiferencia me han aventado contra mí misma, no sé por qué idea descabellada me he puesto a observar por qué me hace falta de ti una cosa u otra, y todos me dicen que eso no puede ser, que tengo derecho a esto o a aquello, y me siento muy mal, pareciera que tú ganas y yo pierdo, pero luego me quedo callada y me da curiosidad deshacerme de esa necesidad también, de esa que remotamente me diría que tengo derecho a algo, y me causa una especie de morbo espiritual preguntarme qué sería si me preguntara qué hay detrás de ese derecho que de un momento a otro parece el motivo para decirte: maestro, no aguanto más.  Y no me queda más remedio que mentir a los amigos y decirles, sí, me pidió disculpas, sí, remedió lo que le pedí, sí, actuó como piensas que debió actuar, y con eso se quedarán satisfechos y callados y yo podré retirarme a preguntarme de nuevo por qué me siento inquieta, qué es exactamente lo que estoy proyectando y de dónde viene... de mi padre y su rigidez apabullante, de mi madre y su desconfianza aplastante, de mí misma y todo lo que me queda por trabajar, que bien identifico, y que cuando digo no aguanto más es por cobarde y floja.  Y por el pánico que me da precipitar la partida del maestro, si es que alguna vez ha de irse de mi lado.

Pero luego me parece que todavía aguanto más, tanto que ni yo misma sé quién es esta con la que vivo, y no sé si de verdad está loca y de verdad se le ha ido el piso, si ha caído en una especie de embrujo tuyo y ante los ojos de todos está perdida, está totalmente desubicada.  Y cuando indago con la intuición y me imagino cómo me percibirás tú, no resuena nada en mí, pues estás ahí quieto, el maestro no duerme nunca, no le interesa el alumno o sus lecciones, el maestro se ha desprendido de todo interés motivado por el ego o las pasiones, y reposa en flor de loto desde su tapete blanco, y cuando vayas en silencio a preguntarle, maestro, ¿puedes hacer esto, puedes hacer aquello, por mí?, parecerá dormido y se quedará callado con los ojos cerrados, y te dirá después de unos minutos que para qué quieres esto o para qué quieres aquello, qué qué es lo que te falta, que si en verdad te falta algo, no será el maestro quién te lo dé, sino tú mismo, si acaso eres capaz de generarlo y proveértelo, y que pienses en que luego vendrá algo más que necesites, y que será algo de nunca acabar, y que dejes de hacer tanto tango, y que cuándo vas a tomar finalmente la lección y sentarte callado a contemplarte, como él lo ha hecho por años, y no puede ni compartirte lo que ha visto, y no puedes ni imaginar lo que ha vivido...

Todavía no sé qué quede en pie después del temblor que estoy pasando.  A veces imagino que lograré pasar todas las lecciones y hasta tengo miedo de que llegues tiempo después y me pidas un abrazo, y yo no pueda comprender más por qué necesitarías uno, si ya todas las necesidades se han desmoronado.  A veces imagino que me viene una resistencia tan grande que me agito, y con uñas y dientes defiendo un derecho hueco a seguir dormida, y de ahí me tomo para decirte basta ya, hasta aquí llegaste.  A veces pienso que mejor tengo paciencia y mucha compasión hacia mí misma, hacia ti, hacia nosotros, y que en cualquier momento en que sienta ansiedad por cualquier cosa me dé un autoabrazo sin preguntarme mucho por qué sí o por qué no lo necesito, y lo haga en silencio y siga avanzando.




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