Jun 6, 2014

el fin de la angustia

Es curioso llegar a casa y sentir que no perteneces a ella, que no perteneces a ningún lado porque no puedes pertenecer a las cosas, porque aunque te gustan mucho, las cosas siguen siendo eso, cosas, y de pronto te queda claro que las cosas van a pasar y tú vas a quedarte, o al contrario que tú vas a pasar y las cosas se van a quedar atrás. Me doy cuenta entonces, que día a día construyo esta relación con las cosas para llenar este vacío, para sentir que puedo amar lo que sea, las paredes, los pisos, los muebles, los objetos, que al llegar a casa y encontrar sólo silencio invento una voz para escuchar, y se la pongo a las cosas para que ellas me hablen, para creer que me dicen bienvenida, cómo te fue, como éstas, me da gusto verte, te abrazo, te quiero. Pero ahora los días afuera han sido muchos y al regresar a casa ya nada me ha hablado, ni las paredes, ni los pisos, ni los muebles, ni las ideas que tenía, ni los proyectos, ni los planes, ni los sueños, esta vez al llegar a casa no me ha hablado nada. Me he quedado en el silencio antes de ponerle voz a las cosas y me dado cuenta que como son cosas no pueden decirme gran cosa.

Saludé a los animales, en especial a mi gatita. Quizá ella es lo más cercano a una familia que yo siento, lo más cercano a una presencia viva, amorosa, cálida, que me recibe, sin embargo con ella tampoco hablo. Sólo la acaricio y nos acurrucamos juntas y su discreta compañía me remite de nuevo al silencio, un silencio interior que nace de no tener a dónde pertenecer, ni a quién pertenecerle tampoco. 

Hoy no tengo ganas de hablar con los espíritus. 

Por un momento pienso en refugiarme en lo sutil y que me salve, voy a meditar, pienso, voy a cantar unos mantras, voy a sentarme en contemplación, voy a leer un buen libro. Voy a hacer cualquier cosa que yo misma aprecie como buena, para sacarme de este estado de soledad y de vacío que ahora estoy percibiendo. Me detengo. Parece otra evasión. Tal vez sería más honesto de mi parte irme a comer una dona la cocina. Siento unas remotas ganas de llorar que se acercan lentamente como cuando sube la marea en las tardes en el mar.

Me cuesta mucho encontrar lo genuino. Todo lo veo como una evasión, como la tapadera para cubrir algo malo, como una estrategia para no sentir lo doloroso, como una forma de querer darle sentido a tu vida para que al menos cuando te mueras digas mi vida tuvo sentido. ¿Pero qué sentido particular realmente amerita dársele a la vida? (Todas las justificaciones me parecen de alguna forma excusas inventadas por el ego para sentirnos bien con nosotros mismos) las personas que regresan de la muerte dicen que el único sentido de la vida es amar, que si nos podemos llevar un tesoro al otro plano es aquél de cuánto amor experimentamos en esta vida.

Y es ahí donde me quedo muy corta.  Es ahí cuando me recuerdo que mi amor es muy rústico, muy pequeño, muy poco. No sé si puede llamársele amor o es simplemente una forma de controlar, de querer buscar un lugar, de querer ser escuchado, de no querer quedarse solo, de no querer ser rechazado. Amar no puede ser desear el fin de la angustia. Amar no puede ser desear escuchar un te quiero y así no escuchar el silencio interior y exterior en ausencia de esas palabras. Amar no puede ser un acto de escapismo de uno mismo. Todavía no entiendo qué es el amor ni cómo se siente. Pero algo me dice que amar no es un acto de evasión.

¿Llegamos entonces a realmente amar a otros? ¿Llegamos a desear su bien, a desear que sean como quieran ser, a respetarlos en su forma de ser, a celebrar su forma de ser, la que ésta sea, a tratar de aprender de ella, a quedarnos silenciosos cuando algo nos resulta desagradable, sin adelantarnos a desacreditar lo que nos desagrada? ¿Llegamos a desear su más alto bien, a no sentir envidia, a no sentir odio, a no sentir ira, llegamos a eso? ¿Llegamos a no desear poseerlos, a no desear que nos obedezcan, a no desear someterlos, a no verlos como una amenaza, a no verlos como algo inferior a nosotros? 

Tal vez como no sabemos amar nos conformamos con divertirnos. Con reírnos y así creer que estamos alegres. Con sentir placer y así creer que somos felices. Con entregarnos al otro, y decirle te doy todo de mí para olvidarnos de nosotros mismos.  Pero habremos de volver para aprender lo que no hemos aprendido. Nos dirán, "debes volver pues todavía no has comprendido qué es amar y no has amado". Y quizá llegue un momento en que nos demos cuenta que ni toda la risa del mundo, ni todo el placer, ni toda la entrega, se asemejan al hipotético instante profundo en que realmente amamos. 

Voy de nuevo a las fórmulas. Si hubiera una técnica, si hubiera una lectura, si hubiera un cristal, si hubiera una forma que pudiera insertar en mí la capacidad de amar, lo juro que lo haría. Pero desde antes de empezar ya he terminado. De nuevo he querido poseerla, controlarla, resolverla, que sea mía, esa fórmula que me solucione esto, que mágicamente me enseñe a amar, que yo realice un método y como resultado sienta en mi corazón una sensación totalmente nueva, una sensación que nunca he sentido antes.

Que no es miedo a estar sola lo que estoy sintiendo, que no es un impulso de dominar antes de que me dominen, que no es una autoconmiseración demostrada para que se apiaden de mi, que no es seducción para que el otro me desee poseer, que no es rendición ante el miedo absoluto al rechazo. Que no es nada de esto ni tantas otras cosas que confundo con aquello. Que tenga yo toda claridad de que estoy sintiendo eso solo. Que tenga yo la certeza de que estoy amando.

No comments:

Post a Comment